Para este último artículo del verano tenía pensado hablarles de septiembre, los rebrotes, la vuelta al colegio, de Miguel Bosé, de cómo se genera un delirio, de la saturación de los hospitales, etc. En resumen, hablarles de nuevo del coronavirus. Sin embargo, debido a que suelo leer todos los días dos o tres artículos aparecidos en revistas científicas, el 13 de agosto me encontré con uno que me obligó a variar todos mis planes. El titulo, ‘Dynamic ice loss from the Greenland Ice Sheet driven by sustained glacier retreat‘ (‘Pérdida dinámica del hielo de la capa de hielo de Groenlandia impulsada por el sostenido retroceso de los glaciares‘) y que pueden encontrar en https://www.nature.com/articles/s43247-020-0001-2, me imagino que les sitúa en el campo del calentamiento global.

Y me imagino que están muy cansados de hablar del calentamiento global o, como han preferido llamarlo los políticos que nos gobiernan para no generar pensamiento crítico, cambio climático. Pero déjenme que hablemos del tema de otra forma que quizá les interese más, sobre todo si en los últimos meses han pasado por un confinamiento estricto que nos ha mantenido en casa y que nos ha traído una crisis económica que puede poner en serio riesgo nuestros puestos de trabajo.

No sé si han oido hablar del permafrost; a primera vista, diríamos que tiene nombre de compuesto textil o de recipiente que permite mantener el frio de nuestros alimentos por tiempo indefinido. Lo cierto es que el permafrost es la capa de hielo permanentemente congelado que se encuentra en los niveles superficiales del suelo de aquellas regiones con temperaturas muy bajas o periglaciares. Para que me entiendan, es esa capa de hielo a la que me refería un par de párrafos antes y que, según dicen los autores del artículo, se está derritiendo de manera inexorable.

Pero no quiero “aburrirles” hablándoles del calentamiento global, entre otras cosas porque seguro que han oido argumentos a favor de proteger el planeta y su contrario, a favor de acelerar su destrucción. Quiero hablarles de otra cosa, en concreto de Mollivirus sibericum. Este simpático nombre hace referencia a un virus de los denominados “gigantes” que  permanecía latente durante los últimos 30.000 años en el famoso permafrost. Y esto no es lo más interesante; el virus aún mantiene intacta su capacidad para infectar, lo que en la teoría implica que puede provocar nuevas pandemias en los próximos años. Pero no solo él; hay muchos más virus congelados a la espera de que la acción humana les permita activarse e infectar a nuestra especie, generando nuevos confinamientos y nuevas crisis económicas de las que, algún día, no podremos salir victoriosos.

Estoy seguro de que coinciden conmigo en que parece grave. Y eso que no hemos hablado del mercurio que libera ese permafrost descongelado y que acaba en los mares y, por extensión, en las lubinas, atunes, etc, que consumimos en casa y que, por no poder eliminarse, acaba en nuestro organismo provocando enfermedades neurodegenerativas, cardiopatías o cáncer, entre otras muchas.

Quizá pensando en el permafrost piensen en el SARS-CoV-2. Es probable que entiendan que el calentamiento global, la invasión de los ecosistemas de otras especies para construir magníficos rascacielos o complejos vacacionales, facilita la aparición de pandemias. Y que esas pandemias que están por llegar, pueden convertir al SARS-CoV-2 en un juego de niños. Piénselo cuando decida cambiar el móvil cada año, o cuando en el concesionario opte por un coche de combustión en vez de un eléctrico, o cuando la fatiga del día a día le lleve a pensar que quizá reciclar ese plástico que recubre los tomates que acaba de comprar no es tan importante.

O cuando algún presentador, cantante o político le intente convencer de que todo esto es una gran mentira y que el calentamiento global es un invento de los científicos.

Es nuestra responsabilidad, como ciudadanas y ciudadanos, el dar una respuesta a estas políticas cortoplacistas y negacionistas que sitúan a la economía como el valor más importante de todos los que tenemos.

Es nuestra responsabilidad con nuestro planeta, el único en el que podemos vivir como especie.