Es frecuente que, recordando épocas pasadas, tengamos la sensación de que han pasado siglos desde entonces. Cualquiera con más de cuarenta años, cuando recuerda su infancia, e incluso su juventud, es fácil que lo haga con la sensación de que todo era muy distinto.
Hoy, 14 de marzo, se cumplen tres años de la entrada en vigor de un Estado de Alarma debido al progreso de la pandemia del coronavirus. Un día antes antes, una interrupción en la programación habitual de la televisión nos mostraba a un Presidente del Gobierno que nos comunicaba que desde las cero horas del día siguiente, y durante un periodo de quince días, debíamos confinarnos.
La gente con cierta edad había conocido, en este país y al menos en algunas de sus regiones, el Estado de Excepción, algo de nivel restrictivo superior al de Alarma, pero que no contenía en su nombre esa palabra tan redundante: alarma. El Estado de Alarma es sumamente alarmante. Y nadie vivo lo había conocido en España
Era, pues, un misterio lo que podría ocurrir durante la vigencia del mismo, pero al fin y al cabo, quince días no pasan de ser lo que unas vacaciones un poco largas. Se pasará (pensaban muchos) y todo volverá a la normalidad.
No fue así. Al primer periodo de quince días sucedieron otros más. El virus se mostraba elusivo, nadie daba con la forma de hacerse con él. Se amontonaban los consejos y las advertencias. Aún no había una cantidad significativa de personas muertas por su causa, pero empezaba a rondar la sensación de que la cosa iba en serio y de que nos enfrentábamos a algo desconocido. No sólo el virus, también la situación creada.
¿No ir a trabajar? ¿Ir a comprar de uno en uno? ¿Hacer cola en los estancos guardando una distancia mínima de metro y medio (mejor dos metros)? ¿No poder salir a la calle salvo en ciertas horas del día? ¿No poder ir con otras personas? ¿Llevar siempre una mascarilla puesta? ¿De verdad que el vecino de arriba me está proponiendo ‘alquilarme el perro’ para poder salir a pasear con causa justificada? ¿Desinfectante en cada bote y paquete que he comprado en el supermercado? ¿Es cierto que no hay leche en las estanterías? ¿En serio que es una policía esa que se ha plantado en la acera, delante de todos los vecinos de varios bloques de pisos, cantando una canción infantil y animando al personal, al menos durante unos minutos del interminable día?
Alarmante, realmente.
La desconfianza con la que poco a poco fuimos mirándonos nos puso histéricos en alguna ocasión, como aquella en que una vecina desde su balcón poco menos que pedía que alguien matase a un joven que, sentado en un banco en el parque al pie de la vivienda, estaba sin la mascarilla puesta.
Y, contradictoriamente, nos mirábamos de balcón a balcón con un sentimiento de reconocernos por primera vez en años, quizá en toda la vida. Aplaudíamos mirándonos las unas a las otras y agradeciendo con las manos y la mirada los aplausos y las miradas de aquel vecino a quien hasta entonces apenas habías visto ni cruzado dos palabras. Sonaba en la radio el ‘Resistiré’ y quien más y quien menos derramó una o muchas lágrimas al escucharlo y al cantarlo a voz en grito.
Y de todo esto solamente hace tres años, pero, tal como les ocurre a las personas de cierta edad cuando recordamos la infancia o la juventud, nos parece que hace un siglo. Cada cual sabrá por qué toda la parte buena y noble que salió de nosotras y nosotros en aquellos días se fue tan rápidamente a la mierda.