¿Quién no ha leído, o al menos visto la película, La vuelta al mundo en ochenta días?
En este libro, Julio Verne, aparte de narrar una increíble aventura de viajes, no exenta de
toques policíacos y con suspense final, quiso demostrar al lector del año 1872 la
viabilidad de dar la vuelta al mundo en tan sólo ochenta días. En esa época, pensar en
velocidades medias de desplazamiento superiores a los cien kilómetros/hora era tildado
de fantástico, y sólo ochenta días de viaje para completar la vuelta al mundo era
considerado inimaginable.
Los medios de transporte, mayoritariamente usados en su aventura, fueron el ferrocarril
y el barco. También introdujo etapas en trineo por nevadas llanuras norteamericanas o a
lomos de elefantes por sugerentes parajes de la India. No se utilizó el globo aerostático,
eso fue sólo una invención para la versión cinematográfica.
¿Qué título tendríamos que ponerle hoy a esa novela para seguir calificándola como
“fantástica”? ¿Sería una fantasía, en nuestros días, que Phileas Fogg y su mayordomo
subieran a un avión en el aeropuerto de Heathrow y, al cabo de un solo día, aterrizaran
de nuevo en Londres, tras sobrevolar todo el mundo? ¿Sugeriría algún millenial o ser
humano posterior la posibilidad de convertir ese viaje en “fantástico”? ¿Dotaría a los
lectores con gafas de realidad virtual para hacerles sentir así las aventuras narradas en el
libro?
Cuando Julio Verne escribió su libro lanzó un reto a los científicos de la época para
demostrarles que era posible circunvalar el mundo en solo ochenta días. Al mismo
tiempo, pretendió cautivar a sus lectores con las aventuras que sucedían durante el viaje.
Sin duda, ambas cosas fueron conseguidas y eso me permite catalogar al libro como
“doblemente fantástico”, por trama y escritura.
No sería posible tratar de extrapolar esos objetivos al presente. Hoy hablamos de viajar a
Marte, y pensar en retar a los científicos con vueltas al mundo, en el tiempo que sea, es
cuando menos ridículo. ¿Quiere eso decir que el libro de Julio Verne no es “fantástico” en
la actualidad? Mi respuesta es rotunda: No.
Cada época tiene sus reglas de juego y su manera de ser contada a través de los libros. El
afán por trasladar actos del pasado a los usos y costumbres del presente es un error que
cometemos con frecuencia. Hoy la duración del viaje narrado por Verne no nos puede
sorprender, pero algo muy distinto ocurrirá si somos capaces, leyendo el libro, de
meternos en la piel de un ciudadano del año 1872.
Por eso, los libros “doblemente fantásticos” son inmortales. Si huimos de la prepotencia
de considerarnos superiores por vivir un presente que creemos mejor, nos harán viajar en
el tiempo, disfrutaremos con su estilo literario y gozaremos con su lectura. Le pese a
quien le pese, jamás deberíamos olvidar que los libros, y en general cualquier patrimonio
cultural de la humanidad, no pueden ser sacados del contexto en el que fueron creados.