Tres ripenses sacan a 16 ucranianos de la frontera con Polonia y los traen a España

4372

Junto con otras dos personas de Torres de la Alameda, tuvieron la iniciativa «totalmente privada» de reunir varios vehículos y, coordinados con asociaciones de varios tipos, la mayoría de Alcalá de Henares, viajar durante dos días hasta la frontera entre Polonia y Ucrania para recoger a un contingente de ucranianos y traerlos sanos y salvos a España.

Jean-Christophe (de origen francés, aunque afincado en España y con un negocio que regenta desde hace tiempo en Rivas) y otras cuatro personas más se conocían desde hace bastante tiempo, con vínculos tanto personales como profesionales. Cuando supieron la situación en la que se encuentran miles de refugiados ucranianos que han tenido que abandonar su país a consecuencia de la guerra, decidieron no limitarse a mirar con espanto esa tragedia y hacer algo más.

Entre los cinco, y de manera «totalmente privada» según explica Jean-Christophe, tomaron contacto con una asociación de ucranianos ubicada en Alcalá de Henares. Les explicaron que estaban dispuestos a reunir varios vehículos e irse a la frontera entre Polonia y Ucrania, para recoger allí a todas las personas que pudieran, sacarlas y traerlas a España.

En la asociación no se lo pensaron dos veces: les facilitaron los datos imprescindibles de varias de las personas que sabían que se encontraban en esa frontera. En principio, sólo dos nombres. El resto se los irían facilitando mediante teléfono y aplicaciones de mensajería, mientras los cinco españoles viajaban hacia Polonia.

Partieron el domingo 13 de marzo, alrededor de las once de la mañana, con los vehículos cargados con ropa, sacos de dormir, comida enlatada… Haciendo las menos paradas posibles viajaron durante cuarenta y ocho horas casi ininterrrumpidas. Durante el camino, tal como estaba previsto, desde la asociación ucraniana de Alcalá les fueron facilitando más datos de personas a las que recoger.

Una desconfianza comprensible

El martes por la tarde llegaron a Medyka, una pequeña población polaca a dos kilómetros de la frontera con Ucrania. Allí se encuentra el albergue en que se hallaban las personas contactadas por la asociación alcalaína. Tras una búsqueda no demasiado larga, Jean-Christophe y sus compañeros dieron con la instalación.

A la puerta, varios policías polacos les miran con poco disimulada desconfianza, aunque no ejercen ningún control sobre ellos: ni les piden los pasaportes ni les obligan a irse. Sin embargo, no les permiten entrar al albergue. Nuevas llamadas por teléfono y mediante aplicaciones hasta conseguir que, desde Alcalá de Henares, vayan contactando con las personas ucranianas a quienes se les va a ofrecer esta forma de «salvación», pidiéndoles que salgan del recinto y se encuentren con la expedición española.

Poco a poco, los ucranianos van saliendo de la instalación. No ocultan su desconfianza, porque la rapidez con la que todo está ocurriendo y los medios por los que se les hace llegar que cinco españoles han ido a buscarles para sacarles de allí, no invitan a la tranquilidad. ¿Quiénes son estas personas? ¿Realmente me quieren llevar a España, donde residen familiares míos? ¿No será una trampa, no se tratará de personas sin escrúpulos que quieren aprovecharse de nosotros? No es difícil imaginar pensamientos como estos, o parecidos, en el momento de abandonar un refugio para irte con cinco desconocidos.

Pero finalmente, la situación agobiante en que se encuentran puede más que la desconfianza. Salvando los problemas de comunicación como pueden («las aplicaciones de traducción automática en los móviles nos han salvado en varias ocasiones», reconoce Jean-Christophe), algo más de una decena de personas que estaban en el albergue consienten en repartirse en los tres vehículos que los españoles han llevado: una autocaravana, un furgón de nueve plazas y un 4×4.

De Medyka a Cracovia

Y casi sin tiempo, de Medyka a Cracovia. en esa importante ciudad polaca se encuentran algunas personas más que la asociación ucraniana de Alcalá de Henares les ha dicho que deben recoger.

Es ya miércoles cuando la expedición llega a la segunda ciudad de Polonia. Allí, en esta ocasión en un hotel, aguarda otro contingente, más reducido esta vez, a quienes Jean-Christophe y sus compañeros deben intentar convencer para que superen la misma desconfianza que la situación produjo en Medyka.

En esta oportunidad, la comunicación la facilita de manera importante una de las refugiadas ucranianas contactadas. Profesora de historia, habla correctamente el inglés y eso permite que las explicaciones sean más fluidas. Y a mejores explicaciones, menos desconfianza.

Aunque no todo el grupo que se aloja en el hotel de Cracovia accede a viajar, lo cierto es que varias personas sí lo hacen. Confían finalmente en el grupo español y se embarcan en el viaje, esta vez definitivamente de vuelta a España. Las conversaciones se han prolongado varias horas y ya es por la tarde del miércoles cuando los tres vehículos, con todas las plazas ocupadas, toman la carretera en dirección a nuestro país.

Antes, en la misma Cracovia, dos de las personas que han dejado el hotel en que estaban y acedido a irse con el grupo español, han sido llevados hasta el aeropuerto de la ciudad. Tienen familiares en Barcelona y para ellos el viaje para encontrarse con su familia se realizará en avión. El grupo de promotores del viaje, los cinco amigos que han inciado todo, pagan los billetes de su propio bolsillo, aunque con el dinero aportado por más de 150 personas que, muchas de ellas desconocidas, quisieron hacer sus donativos para la realización de esta expedición.

Caras conocidas, al fin

Otras cuarenta y ocho horas después de esa partida de Cracovia, la pequeña expedición que había salido de Alcalá de Henares seis días antes llega a la misma ciudad. Son en total diecinueve personas: los cinco españoles (bueno, cuatro más Jean-Christophe) y catorce ucranianos y ucranianas.

Es viernes, son ya las 11:30 de la noche, y al llegar a la ciudad complutense les esperan amigos y familiares de los refugiados de Ucrania. Caras conocidas, al fin. Los gestos, aún desconfiados durante buena parte del camino, se relajan, las sonrisas aparecen por fin. No había trampa, están pudiendo abrazar a seres conocidos y queridos.

La asociación de solidaridad ucraniana ha buscado familias que acogieran a estas personas refugiadas. Les ha costado muy poco encontrarlas. Por el camino, cuenta Jean-Christophe, «hemos visto bastantes coches con banderas españolas, que parecían dirigirse a Polonia con la misma intención que nosotros».

¿Y el coste de toda esta «operación»? «No importa, la verdad. Además, hemos tenido una colaboración muy grande de vecinos, amigos y familiares, incluso de muchas personas a quienes no conocemos pero que al enterarse de la iniciativa, nos ofrecieron su colaboración».

Este grupo de gente, para quienes la lentitud de las administraciones no ofrecía suficiente garantía, tomó la solidaridad por el camino directo: por la carretera que une, con 3.100 kilómetros por medio, Madrid con Medyka… y Ucrania.