Tal y como he señalado en una de las publicaciones de esta sección, y en el libro titulado La nueva normalidad: reflexiones para una era post-COVID’, el mal llamado cambio climático va a facilitar enormemente el desarrollo de nuevos escenarios caracterizados por la aparición de virus mucho más letales que el SARS-CoV-2, que van a condicionar, de forma abrupta y violenta, nuestra forma de entender el mundo. Y esto último, que está íntimamente relacionado con nuestra salud mental, me hace concluir que ya ha comenzado a gestarse una pandemia paralela, silenciosa y mucho más profunda que cualquier otra a la que nos hayamos enfrentado.

Esa pandemia, la de los problemas/trastornos psicológicos, ha comenzado a mostrarse durante y tras el confinamiento del pasado marzo del 2020. En un estudio reciente, investigadores de distintas universidades, incluidas algunas españolas, han encontrado que, en una muestra de más de 6.800 personas, un porcentaje del 25.4% reportaba síntomas de depresión moderada-grave y un 19.5% síntomas de ansiedad, principalmente en mujeres. El estudio no dice nada sobre cómo los más pequeños de nuestra sociedad están viviendo este periodo, pero no me cabe la menor duda de que encontraríamos porcentajes similares en lo que se refiere a la ansiedad, la depresión y, probablemente, conductas disruptivas y adicciones.

Y es aquí donde quiero centrar este artículo; la protección de la salud mental de l@s menores, puesto que se erige como uno de los retos a los que se va a enfrentar nuestra sociedad una vez el SARS-CoV-2 pase a convertirse en un virus estacionario controlado. Será entonces cuando comiencen a aparecer las consecuencias que la pandemia ha tenido sobre la mente de aquell@s niñ@s que han crecido en un mundo caracterizado por el miedo, la incertidumbre y la ausencia de un locus de control interno.

Vamos a pararnos en este punto, en el locus de control. Este concepto, ampliamente utilizado en la psicología, establece que los seres humanos interpretan los eventos que ocurren en su vida bien como resultado de sus propias acciones (locus de control interno), bien como resultado de factores externos (locus de control externo). Un locus de control interno potencia la responsabilidad individual, el autocontrol, la iniciativa y la búsqueda de soluciones ante la presencia de problemas. Un locus de control externo sitúa todo lo anterior en el otro, en la situación, en la creencia; no permite al individuo sentirse responsable de sus propias conductas, y le dificulta tener certidumbres por estar siempre a la espera de que algo externo decida su destino. En resumen, nos genera incertidumbre que se traduce en la aparición, tarde o temprano, de síntomas de ansiedad o depresión. Esto es lo que, en mi opinión, está caracterizando la pandemia del SARS-CoV-2: prácticamente de la noche a la mañana nos encontramos con que vivimos en un mundo lleno de incertidumbres, donde la muerte aparece en prácticamente todas nuestras conversaciones y donde el control de nuestra vida pasa a ser externo, de un pequeño virus que no somos capaces de ver pero que sabemos que está ahí.

Piensen en cómo estará afectando a l@s menores esta situación; en los adultos, incluso a aquellos que presentan un locus de control interno muy marcado, está resultando devastadora. Si a esto le añadimos que los más pequeños no presentan aún unas defensas psicológicas que les permitan racionalizar la situación, el cóctel puede ser, cuando menos, peligroso. En los próximos meses comenzaremos a ver niñ@s con comportamientos disruptivos (lo que coloquialmente podemos entender como “portarse muy mal”), con conductas propias de edades más tempranas (por ejemplo, algun@s niñ@s comenzarán de nuevo a perder el control sobre sus esfínteres), a experimentar síntomas propios de la ansiedad o la depresión o, desgraciadamente, a refugiarse en el juego (patológico) propio de las adicciones de este nuevo siglo.

No es el objetivo de este artículo presentar un escenario catastrófico; quisiera, simplemente, llamar la atención sobre la necesidad de recuperar nuestro locus de control interno, de generar un mundo en el que, a pesar de la aparición de nuevas pandemias provocadas por virus todavía desconocidos, nuestr@s menores lo sientan como seguro, como un lugar donde desarrollarse con tranquilidad y apoyo, donde el otro, el diferente, no se convierta en un extraño peligroso, por ser la infancia la etapa de nuestra vida donde aprendemos a relacionarnos, y deben hacerlo de una forma sana para prevenir futuros cuadros psicopatológicos. Y para ello es necesario que los servicios de atención psicológica estén disponibles para todas aquellas personas que lo necesiten. Y que esos servicios, lejos de presentar terapias pseudocientíficas, ofrezcan metodologías basadas en el conocimiento científico.

Porque, de nuevo, una de las lecciones que nos ha enseñado esta pandemia es que, sin Ciencia, no hay futuro.