Ésta es la historia de una cápsula del tiempo que nos lleva 25 años atrás, a una ciudad sin metro todavía, sin móviles con «google maps», pero que muestra la esencia de la misma. El ciclismo, la naturaleza de los cortados, las ganas de tener una aventura, pasar tiempo en familia… Todo esto nos lo enseñan los autores de esa historia, Adolfo y Fermín, en un valioso tesoro encontrado hace unos días por Javier, Patricia y Gemma, unos vecinos de Rivas.
Cerrad un momento los ojos e imaginaos que vais al monte sin móvil, sin internet, con una bici un tanto antigua, sin tecnologías de suspensión y amortiguación, ruedas más finitas. Solo lleváis un mapa dibujado a mano y las ganas de pasar un día de aventura. En verdad no es tan difícil de imaginar, hasta hace muy poco salir a montar en bici era toda una aventura e incluso ahora puede seguir siéndolo.
En una mañana soleada, hace tan sólo unos días, Javier, Patricia y Gemma salían, como muchos otros hacen, con sus bicis por los cortados de Rivas, la ciudad en la que parece que el ciclismo es el deporte nacional. Los deportistas y ciclistas de la ciudad no van al campo a destrozarlo ni nada por el estilo, comenta Javier, solo a disfrutar de ello, siempre desde el respeto y cuidado. Tras una ruta compleja por los cortados, el trío consigue llegar a lo alto de la cima, que se puede ver desde la parte del pueblo. Las vistas son preciosas. Javier explica que todo el mundo hace al final una paradita para poder beber agua, tomarse la barrita o disfrutar de las vistas de la naturaleza y del municipio.
En su caso, una vez ahí, ven una lata en el suelo. Lo primero que pasa por la cabeza de los tres es «qué guarra es la gente» o «ya están tirando basura al campo». No obstante, al acercarse a ella ven que alrededor hay una moneda y una pulsera. Esto llama su atención. Se detienen, la observan de manera más minuciosa y ven que cerca del bote hay un agujero en la tierra del tamaño del mismo. Un poco más lejos, un trozo de papel muy deteriorado. Parece sacado de una película, piensan los tres. Cogen con cuidado el trozo de papel y lo que ven es una carta. No se pueden detener mucho en esta zona de los cortados por lo que deciden llevárselo y leerlo detenidamente.
En la carta se muestra la historia de dos amigos y su aventura por el monte cercano a Rivas. Entre la lista de cosas que llevaron ese día se encuentra una cámara de fotos, gafas de bici, comida y tesoros para enterrar. En la carta se cuenta esa aventura vivida por ellos.
Aunque no se puede distinguir bien la fecha, parece que es una carta escrita hace 25 años. También hay una moneda de una peseta y una pulsera, algo que solo ocurre en los cuentos. A primera vista, veinticinco años no parece mucho tiempo, pero en verdad en un cuarto de siglo han pasado muchas cosas: el cambio de la peseta al euro, la llegada del año 2000 (con aquel «efecto» que hacía temer a muchos un auténtico desastre tecnológico) y las tecnologías, los smartphones, redes sociales, el 11-S como fecha que cambió el mundo tal y como lo conocíamos, Google Maps, el primer Mundial de fútbol que ganó España, crisis económicas y políticas, la primera pandemia desde hacía décadas, la información global y millones de cosas más.
El mundo ha cambiado mucho, sí. Ahora Javier, Patricia y Gemma no necesitan un mapa para guiarse, tienen el móvil si se pierden. No obstante, esta carta muestra la esencia del municipio, de un lugar deportista desde sus inicios, familiar, que disfruta de las pequeñas cosas de la vida como son unas vistas y muestra, la solidaridad entre vecinos cuando alguien tiene un problema.
Tal y como se pide en la carta, los tres vecinos ripenses han respetado los deseos de sus propietarios y han devuelto el tesoro al sitio donde lo encontraron. Eso sí, ahora a Javier, Patricia y Gemma les gustaría conocer a Fermín y a Adolfo, así que nos piden que hagamos de intermediarios para que, si alguno de ellos lo lee, seponga en contacto con los «descubridores» a través del correo de este diario: rivasactual@gmail.com.
Ojalá este reportaje lo lean Fermín, Adolfo o alguna Pablo, Andrea o Alejandra que, como indican los mismos en la carta, en ese momento no tenía ni un mes de vida. «La próxima vez que leamos este mensaje seguro que viene el valiente de Pablo, que ya monta solo con un ruedín en la bici». Todo un tesoro, porque los tesoros están en los ojos de quien los descubre, más que en el valor de las cosas que los componen.