El pasado día 27 de febrero saltó, en algunos telediarios, la noticia de la explotación de niños en Estados Unidos. Unos niños de alrededor de 14 años trabajan, entre otros tremendos menesteres, limpiando mataderos para lo cual, utilizan sustancias tóxicas y productos muy agresivos que les han causado incluso quemaduras. Eso sí, trabajan de noche para que durante el día puedan ir a la escuela…
Viendo esta noticia me vino a la mente Mamá Jones, cuya autobiografía leí hace algunos años y a la que me gustaría recordar en estas líneas: fue la mujer que, en 1903, organizó la primera marcha por los Estados Unidos con los niños trabajadores y las niñas trabajadoras, para llamar la atención sobre las condiciones infrahumanas en que eran (son) tratados y para conseguir que tuvieran infancia; pero no, no en el sentido de “Un juguete, una ilusión” ni nada parecido, la finalidad era que los niños y las niñas no fueran objetos de explotación. ¿Nos suena esto de los miles y miles de niños y de niñas que en la actualidad trabajan en Asia, América Latina,…y también en el “primer mundo”, como USA? Eso sí, el próximo día 12 de junio será el Día Mundial contra el Trabajo Infantil.
Mary Harris Jones, nació en Cork Irlanda en 1830 de una familia pobre que, durante generaciones, lucharon por la libertad de su país. Su padre, emigró a Estados Unidos en 1835 y como peón del ferrocarril tuvieron que trasladarse a Canadá.
Estudió en la Escuela Normal siendo su primer empleo el de maestra en un convento de Michigan. Más tarde se instaló en Chicago donde abrió un negocio de confección: Prefería coser a mangonear a niños pequeños. Volvió a la docencia en Memphis donde se casó con un fundidor, miembro del sindicato Iron Moulders’ Union (Sindicato de Moldeadores de Hierro).En 1867 murieron su marido y sus cuatro hijos de la epidemia de fiebre amarilla que asoló Menphis. Según ella, La mayoría de sus víctimas eran pobres y trabajadores. Los ricos y pudientes huyeron de la ciudad. Se prohibió entrar en la casa de una víctima de la fiebre y los pobres no podían costearse enfermeras. Ella consiguió un permiso para cuidar a los enfermos, cosa que hizo hasta el final de la plaga.Regresó a Chicago y montó, con una socia, un negocio de confección cerca del lago, allí trabajaban para los aristócratas y según sus palabras: (…) tuve muchas oportunidades de observar sus vidas de lujo y extravagancia….a menudo miraba por las ventanas y veía a los pobres temblorosos desdichados sin empleo y hambrientos, caminando frente al lago helado. El contraste entre su condición y el confort tropical de la gente para quien yo cosía me resultaba doloroso. En verano, desde esas mismas ventanas, solía observar a las madres cargando bebes y niños pequeños que venían desde los suburbios en busca de la brisa fresca del lago…En 1871, en el gran incendio de Chicago, perdió su establecimiento y todo lo que tenía: (…) Pasamos toda la noche y el día siguientes sin comida en la orilla del lago, metiéndonos en él a menudo para refrescarnos…En aquellos días Mary se implicó más con la lucha (…) y decidí ser parte activa en los esfuerzos de la gente obrera para mejorar sus condiciones de vida y trabajo… Desde 1880 se implicó totalmente en el movimiento obrero; la clase proletaria estaba en rebelión en todos los grandes centros industriales ya que: (…) A lo largo y ancho del país había depresión económica y mucho paro…La ciudad de Chicago en particular era escenario de una huelga tras otra, seguida por boicoteos y disturbios. Los años previos a 1886 habían visto huelgas de los marineros del lago, los estibadores y los tranviarios. Estas huelgas fueron brutalmente reprimidas por las porras de la policía y por pistoleros sueldo de la patronal…
Como ya tenía cincuenta años cuando comenzó a trabajar codo con codo con los obreros, estos la llamaron Mother Jones; ella vestía como una mujer aún mayor para, de esa manera pasar desapercibida entre la policía y los esquiroles que iban a reventar las huelgas pues parecía más una indefensa abuelita.
Toda esta autobiografía de Mary Harris Jones es una lección de historia de las luchas obreras, de la explotación y las precarias condiciones de vida del proletariado de aquellos tiempos. De la gran represión que ejercían los dueños de las fábricas, minas, etc. De hecho Trosky, en su Diario del exilio, habla de esta obra: “Jones es una heroica proletaria estadounidense (…) estoy leyendo su autobiografía con deleite. Es sus descripciones de las luchas huelguísticas, escuetas y sin pretensiones literarias, Jones desvela de paso un horroroso cuadro de la cara oculta del capitalismo estadounidense y su democracia. ¡Es imposible leer sus relatos sobre la explotación y la mutilación de niños en las fábricas sin estremecerse y maldecir!…
En 1902, fue llamada «la mujer más peligrosa de Estados Unidos» por su éxito en la organización de los trabajadores mineros y sus familias contra los dueños de las minas. Brevemente explicaré cuándo y cómo sucedió este hecho pues, mucho me temo, que me estoy desviando del objetivo que me propuse al escribir estas líneas.
En junio de ese año, Mother Jones participaba en una asamblea con los mineros de bituminosas de Clarksburg (Virginia Occidental),…Nueve organizaciones estaban sentados bajo un árbol cercano. Un jefe de policía les dijo que me comunicaran que estaba detenida; después de varias peripecias les llevaron a un tribunal federal: Me llamaron al estrado y el juez me preguntó si yo había dado tal consejo (decir a los mineros que fueran a las minas a echar a los esquiroles) si les había recomendado usar la violencia.
-Usted sabe, señor, que me suicidaría si dijeres tal cosa en público. Yo soy más prudente. Usted lleva cuarenta años en la magistratura ¿no es así, juez?
-Así es- dijo.
-¿Y en cuarenta años no aprendió a discernir entre una mentira y una verdad?
El fiscal se puso en pie de un salto y, apuntándome con el dedo, exclamó:
- Su señoría, ahí está la mujer más peligrosa de país a día de hoy. Llamó esquirol a su señoría. Pero recomendaré misericordia al tribunal si acepta abandonar el estado y no regresar jamás.
- Yo no vine a este tribunal pidiendo misericordia –repliqué- sino buscando justicia. Y no me iré de este estado mientras haya un solo niño que pida que me quede y dé la batalla por su pan…
La marcha de los niños de las fábricas
En la primavera de 1903 Mother Jones fue a Kensington (Pensilvania), donde setenta y cinco mil trabajadores textiles estaban en huelga. De ellos al menos diez mil eran niños. La huelga era para reivindicar más salario y menos jornada. Cada día llegaban niños al local del sindicato, algunos mancos, otros sin el pulgar y otros con los dedos amputados por los nudillos. Eran pequeñas cosas encorvadas y flacas. Muchos no llegaban a los diez años, a pesar de que la ley del estado prohibía trabajar antes de los doce.
La ley no se aplicaba y las madres a menudo juraban en falso la edad de sus hijos. (…) explicaron que era una cuestión de hambre o perjurio, que los padres habían sido asesinados o mutilados en las minas.
Pregunté a los periodistas por qué no publicaban la realidad del trabajo infantil en Pensilvania. Dijeron que no podían porque los propietarios de las fábricas tenían acciones en los periódicos. ¿Les suena esto?
–Pues yo-les repliqué- tengo acciones en estos niños…
Juntó a los niños y se fue hasta los juzgados, se congregó una multitud en la plaza del Ayuntamiento. Subí a la tribuna a los niños con los dedos y manos aplastado o amputados. Levanté sus manos mutiladas y las mostré a la multitud y afirmé que las mansiones de Filadelfia estaban construidas sobre los huesos rotos, los corazones temblorosos y las cabezas gachas de esos niños…
Los periodistas citaron mis palabras…Los periódicos locales polemizaban con los de Nueva York sobre el tema. Las universidades lo debatieron. Los predicadores empezaron a tratarlo. Era lo que buscaba, atención pública sobre el trabajo infantil.
Como los niños estaban en huelga, Mother Jones pidió permiso a los padres para llevar a sus hijos e hijas, durante una semana o diez días, a una gira, (…) La marcha arrancó en Filadelfia, donde celebramos un gran acto de masas. Decidí ir con los niños a ver al presidente Roosevelt para pedirle que el Congreso aprobara una ley prohibiendo la explotación infantil. Pensé que Roosevelt podría comparar a estos niños de las fábricas con sus propios hijos, que estaban pasando el verano a orillas del mar.
Cada niño tenía su mochila con cuchillo y tenedor, y una taza y un plato de hojalata. Llevábamos un caldero para hacer la comida. Uno de los pequeños tenía un tambor y otro, un flautín. Eran nuestra banda musical. Portábamos pancartas que decían: “¡Queremos más escuelas y menos hospitales!”, “¡Queremos tiempo para jugar!” o “¡La prosperidad está aquí! ¿Dónde está la nuestra?”.
Los niños estaban muy contentos, comían bien y se bañaban en arroyos y ríos todos los días…
A lo largo de toda la marcha recibían muestras de solidaridad de los granjeros y sus familias con frutas y verduras y las esposas daban ropa infantil y dinero. Los ferroviarios paraban los trenes y les dejaban montar gratis. A menudo que avanzaban, el calor se hizo insoportable y se dio el caso de tener que enviar a algunos niños a sus casas por estar demasiado débiles para continuar.
Tuvieron, como no, prohibiciones para entrar en algunas ciudades pero la policía al ver a los niños, en muchos casos, se saltaban las órdenes recibidas y los atendían incluso en sus propias casas. El texto de Mother Jones es bastante prolijo explicando el desarrollo de la marcha y su paso por los diferentes sitios del país. Cuenta que, incluso el alcalde de Princeton les dio permiso para hablar en la universidad donde se reunió una gran multitud, profesores, estudiantes… Después dio un encendido discurso donde explicó cómo la explotación de esas criaturas permitía que pudieran enviar a sus hijos a recibir educación superior. (…)Y les mostré a niños de nuestro ejército que apenas sabían leer y escribir porque trabajaban diez horas diarias en las fábricas de seda de Pensilvania.
-Aquí está un libro de texto sobre economía –dije señalando al pequeño James Ashworth, de diez años y encorvado por cargar fardos de más de treinta kilos-. Gana tres dólares semanales y su hermana, que tiene catorce años, gana seis. Trabajan diez horas diarias en una fábrica de alfombras, mientras los hijos de los ricos están recibiendo su educación superior.
También quiero resaltar lo que les sucedió en Nueva York: El alcalde les prohibió la entrada a la ciudad porque “no eran ciudadanos de Nueva York” (¿os suena algo esto con lo sucedido con Almudena Grandes?). Pues bien, sigo con la narración de Mother Jones de la reunión que mantuvo con él:
-¡Oh! Creo que debamos aclarar esto, señor alcalde, Permítame llamar su atención sobre un incidente que tuvo lugar en esta nación hace solamente un año. Un espécimen de la podrida realeza, llamado príncipe Enrique, llegó aquí desde Alemania. El Congreso de EEUU aprobó una suma de 45.000 dólares para llenarle el estómago a este sujeto y entretenerlo durante tres semanas. Su hermano estaba sacando cuatro millones de dólares en dividendos de la sangre de los trabajadores de este país. ¿Era ciudadano de Nueva York? Señor alcalde, la prensa recogió que usted, todos los funcionarios municipales y el Club Universitario entretuvieron a ese tipo. Le repito: ¿era ciudadano de Nueva York?…
Después de aquello le permitió que la marcha trascurriera por la Cuarta Avenida hasta Madison Square donde congregó una multitud. Por supuesto, el presidente Roosevelt no les recibió y no contestó a ninguna de las cartas que le envió Mother Jones.
Pero nuestra marcha cumplió su función. Habíamos atraído la atención de la nación hacia el crimen del trabajo infantil… Los trabajadores textiles de Kessington perdieron la huelga y los niños retornaron a su trabajo. Poco después, (…) la asamblea legislativa de Pensilvania aprobó una ley sobre el trabajo infantil que envió a miles de niños y niñas a sus casas e impidió que otros miles entrasen en las fábricas antes de los catorce años.
Más adelante en las páginas de esta autobiografía Mother Jones escribe: Todavía nos queda un largo camino. Catorce años de edad es todavía una edad muy joven para empezar la vida de breaker boy (picador en la mina). Todavía hay muy poca alegría y belleza en la vida del minero. Pero alguien que, como yo, ha visto la dura y larga lucha, sabe que todavía no ha llegado al final.
Murió el 30 de noviembre de 1930 en Maryland, fue enterrada junto a los mineros que murieron en la “Batalla de Virden” de 1898. Llamó “sus muchachos” a estos mineros asesinados en la violencia relacionada con la huelga que mantenían.