En estos días, vemos cómo en Estados Unidos han crecido las protestas por la discriminación aún existente contra la población afroamericana. Aunque la esclavitud se abolió “oficialmente” en 1863, el sentimiento de desigualdad racial aún persiste en gran parte de la población de ese país. Lo dicho no es nada nuevo para las personas que lo lean, pero sí lo será el saber que el movimiento feminista surgió del abolicionismo.
Ambos movimientos, el abolicionista y el feminismo tienen como argumento central el universalismo ético que proclama la igualdad para toda la raza humana; por lo que parecer consecuente esta unión. El lenguaje y el discurso que el abolicionismo utilizó permitieron la extensión de los temas que planteaba a la situación de las mujeres; de esta manera, no sólo se habló del derecho al sufragio, sino que salieron a la luz temas como la autoridad patriarcal –por extensión de la autoridad de los amos sobre los esclavos- o el abuso físico y la violencia sexual de los maridos sobre las mujeres.
La mayoría de las sufragistas y feministas americanas surgen del movimiento abolicionista. Las pioneras en unir los derechos políticos de las mujeres a la causa abolicionista fueron las hermanas Grimké, Angeline y Sara, autora esta última de las Cartas sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer. Ambas hermanas, de origen cuáquero, intervinieron en mítines para mujeres en la American Anti-Slavery Society, fundada en 1833 en Filadelfia. Sus críticas a la Biblia por justificar un papel inferior a las mujeres les valieron las iras de la jerarquía eclesiástica, y sus alegatos a favor de los derechos de las mujeres, la desconfianza de los abolicionistas. Se hallaron en tierra de nadie, elaborando un discurso que, por su novedad y radicalidad, se enfrentaba a todo lo establecido. Angelina Grimké, en este sentido, expresaba la conexión entre la opresión de su sexo y la opresión de los esclavos: “La investigación de los derechos del esclavo me ha proporcionado un mejor entendimiento de los míos”.
Posteriormente, las ya tensas relaciones entre los líderes abolicionistas y las partidarias del sufragio se rompieron definitivamente en 1840 con motivo de la celebración en Londres de la Convención Antiesclavista Mundial. A ella asistían como parte de la delegación estadounidense Lucrettia Mott y Elizabeth Cady Stanton. Pero con la connivencia de la mayoría de los líderes allí reunidos, no les permitieron participar en la convención. Este rechazo acabó de despertar las conciencias de las hasta entonces aliadas en la causa abolicionista.
Lo que aprendieron de su participación en el abolicionismo fue que su opresión debía ser reclamada reivindicando su lugar en la política, desde la política, y poniendo en marcha la acción colectiva. El resultado les conduciría directamente concebir la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer, que tendría lugar en Séneca Falls, en el estado de Nueva York, en 1848.
En el mismo año que Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista, las sufragistas norteamericanas hacen público lo que se conoce como el texto fundacional del feminismo estadounidense: Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls. En la citada convención se reunieron unas 300 personas, entre hombres y mujeres, lideradas por Lucrettia Mott y Elizabeth Cady Stanton como organizadoras del evento, y constituyó uno de los primeros momentos en la historia del feminismo en los que las mujeres se perciben así mismas, colectivamente, como un grupo social y demuestran una autoconciencia de la subordinación como grupo.
Posteriormente, Cady Stanton escribió: el prejuicio contra las gentes de color, del que tanto hemos oído hablar, no es más fuerte que el que existe contra nuestro sexo. Se debe a la misma causa y se manifiesta de manera muy parecida. La piel del negro y el sexo de la mujer son una evidencia prima facie de que uno y otra fueron destinados a estar sometidos al hombre blanco de origen sajón. Es muy interesante leer los discursos y lo que estas mujeres escribieron a lo largo del inicio del sufragismo y el feminismo. Asimismo, es doblemente interesante leer los escritos de las hermanas Grimké, sus interpretaciones de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento.
Tras la guerra civil, y una vez abolida la esclavitud, se planteaba la cuestión de la extensión de sufragio para los varones negros liberados. Las partidarias del sufragio femenino pensaron que, dado el clima político del momento, que volvía a poner en el primer plano del debate público la extensión del sufragio, había llegado el momento de su reconocimiento legal. Susan B. Anthony y Cady Stanton habían participado activamente en el apoyo a la aprobación de la Decimotercera Enmienda (1868), que abolía la esclavitud: restablecía los derechos naturales reconocidos en la Constitución. El siguiente paso en el restablecimiento del sentido original de <<nosotros el pueblo>> era el reconocimiento del sufragio para las excluidas y excluidos: negros y mujeres, pues, como argumentaba Stanton en uno de sus discursos, <<el sufragio universal es la única prueba y la única base de una república genuina>.
Sin embargo, la Decimocuarta Enmienda –introducida en 1868- no reconocía el sufragio femenino. Por el contrario, introducía por primera vez en el texto constitucional la palabra <<varón>> -hasta tres veces para referirse a los <<ciudadanos varones>>- y restringía explícitamente la ciudadanía por razón de sexo.
El derecho al voto de las mujeres en Estados Unidos no se consiguió hasta 1920 y seguimos sufriendo la violencia de género que, siguiendo el paralelismo que las abolicionistas, es similar a la violencia que sufrían los esclavos y las esclavas a manos de sus amos.