El mito coloca la «palabra» en el origen de todo.

«En el Principio fue el Verbo»: así lo afirma el libro de más de una religión. «Hágase la luz» y «la luz se hizo»… y todo lo demás que el Génesis relata.

No voy a aventurar hipótesis referidas al momento anterior a la creación, porque me creeréis si os digo que yo no estaba allí para poder tener el más mínimo indicio de lo que ocurrió en aquel ¿instante? –¿cómo llamarlo, si el tiempo no existía?

Así pues, no puedo «afirmar»: «El origen fue la palabra».

Sin embargo, sí puedo, mediante un viaje con la imaginación, retroceder a los primeros pasos del ser humano, y, tras observarlo, concluir gracias a la lógica, que el «Verbo» –perdón: la palabra– le es innata.

Sobran mitos que lo «revelen».

Me basta con ver –como estoy haciendo ahora, que he viajado hasta él– a uno de esos seres humanos inmerso en la inefable y sobrecogedora belleza inicial de la naturaleza, pero también pavorosa e incierta, oscura e incógnita, misteriosa y temible, para saber que, de manera instintiva y/o emocional, no podía hacer otra cosa que expresar su asombro o su miedo. ¿Cómo? Mediante la Palabra. Y eso se llama Poesía.

Los puntillosos, a lo que denomino palabra, lo tachan de simple gruñido, pero siempre –arguyo yo– manifestación de queja, lamento, sorpresa, asombro… Y eso, insisto, tiene un nombre: Poesía, en tanto que expresión de sentimientos, emociones, sensaciones.

Y ahora, en mi estancia en ese pasado, le veo contemplar el misterioso crepúsculo o el rumor armonioso de las aguas en el manantial o aterrarse ante la violenta destrucción de la riada; o huir, empavorecido, del estallido del trueno y del fuego del rayo o del animal que lo ataca. Va buscando, ya conmovido por la belleza, ya aterrado por la violencia y lo desconocido, el refugio de sus congéneres para comunicarles su vivencia y reflexionar, cuestionar, responder, intercambiar métodos para conjurar el peligro, buscar soluciones, en evitación de males para el grupo. O para celebrar la belleza.

Ese intercambio de palabras tiene un nombre: diálogo. Teatro.

Y, ahora, ya más sereno, dominada la situación y con la reflexión de lo aprendido, al anochecer, está en torno al fuego, entreteniendo, orgulloso, a los suyos con el relato de sus heroicos actos. Y los que escuchan, sobre todo los más jóvenes, toman buena nota de las proezas, mientras aprenden los peligros de los que hay que apartarse y las situaciones que, por conmovedoras, hay que propiciar y frecuentar.

Y eso también tiene un nombre: relato. Narración.

Como los mitos son para contarlos –que no para creerlos–, yo os cuento mi particular mito:

En el Ser Humano está la Poesía: sentimiento, emoción, sensación.

En el Ser Humano está el Teatro: intercambio mutuo de ideas, soluciones.

En el Ser Humano está la Narración: compartir experiencia. Escuchar. Aprender.

Pero arreciaron convencionalismos, proscripciones, persecuciones, prejuicios, panfletarismos… ¡y el Mercado! e impusieron su ideología estética a la Palabra.

Pero –mi mito insiste– en el principio fue la Poesía, el Teatro, la Narración.

¡Para sentir más!

¡Para dialogar más!

¡Para escuchar más!…

¡Para ser más Humano!

Escritores en Rivas