Mi amigo ha escrito en su estado de guásap: «Compro tiempo».
Me quedo absorto mirando al pájaro picoteando el albaricoque en el árbol, ignorando ambos conceptos: el de tiempo y el de dinero. Mientras tanto, tocando suelo, los humanos con sueño nos dividimos en quienes anhelan un poco más del uno o del otro.
Cuando se ha asomado Nick, hemos observado unos segundos más el atracón del mirlo. Antes de ir a por la escalera y la bolsa de mimbre, ha echado un vistazo a la madurez de los frutos y a las ramas doblegadas.
Un buen día de 1965 el artista conceptual Roman Opalka decidió, sobre un lienzo en negro, pintar un pequeño 1 en blanco en la esquina superior izquierda del cuadro. A su derecha pintó un 2 de igual tamaño, luego un 3, y así continuó la sucesión en orden creciente. Cuando llegó a la esquina inferior derecha, había alcanzado el número 35.327. Así pues, comenzaría el segundo lienzo con el 35.328.
El mirlo ha volado hace rato y nos hemos quedado debatiendo qué hacer con veintitantos kilos de albaricoques:
-Para cuando quisiéramos venderlos, estarían podridos.
-Podemos hacer mermelada para regalar.
-Otra opción es quedarnos una parte y regalar el resto, sin más.
-O podemos dejar un mensaje en el banco del tiempo. ¿Nos quedan horas en
el talonario?
Antes de fallecer en 2011, Opalka dedicó 46 años a pintar su secuencia de números diminutos y completó un total de 222 lienzos.
En 1972, el artista giró levemente el rumbo de su obra. Empezó a hacer cada lienzo un 1% más blanco que el anterior, emprendiendo así el camino hacia la desaparición progresiva. A esa pretensión la denominó «blanc merité» (blanco bien merecido).
En 2008 alcanzó el objetivo, y los números pintados durante los últimos tres años de su vida son blancos sobre lienzos 100% blancos.
Lo especial del banco del tiempo de Rivas es que las habilidades de unas y otros tienen el mismo valor. La unidad de intercambio son las horas y el precio de las cosas es el tiempo que se tarda en hacerlas. En nuestro talonario no quedan horas suficientes para que nos ayuden a convertir cientos de albaricoques en mermelada. Al confirmarlo, Nick ha preguntado si valen lo mismo las horas de una noche sin dormir. Luego nos hemos reído
bromeando acerca del tiempo en B (o tiempo negro), porque escapa al control del calendario, se esconde bajo el colchón y puede originar insomnio durante años.
Se nos sigue dando bien reír juntos, aunque sólo Nick y yo sabemos lo eterno que se ha hecho el último lustro. Nada tiene de extraño, pues, que el borrador de la declaración nos salga a devolver.
Para descifrar el último número que pintó Roman Opalka antes de morir hay que acercarse mucho. Pude percibir que tiene 7 cifras y empieza por 5.
El artista francés de origen polaco llamó a su épico proyecto artístico «1965/1-∞». Con la magnitud de la obra buscaba reproducir «una imagen filosófica y espiritual de la progresión del tiempo, de la vida y la muerte».
-Los albaricoques no pueden esperar más -dijo Nick ante un calendario repleto de citas hospitalarias.
Luego ha hablado de otro foro de vecinos en el que se ofrecen cosas gratis a quien quiera recogerlas. El primer mensaje de una larga lista es el suyo: «Regalo albaricoques».
Tampoco los humanos podemos esperar: «El problema es que somos, y estamos a punto de no ser». dijo Roman Opalka en una entrevista.
Después de cenar ha sonado el timbre y otra vecina ha cargado varios kilos de albaricoques en su maletero mientras agradece a Nick su iniciativa.
Un poco más abajo, declaraba: «Todo mi trabajo es una sola cosa, la descripción del número 1 al infinito. Una sola cosa, una sola vida».
Pienso entonces en una novela que me aguarda hace una década, al fondo del escritorio, con el tema del tiempo en el centro. Retengo a decenas de personajes desganados en una sala de espera con telarañas, atenazados por la inquietud de no llegar a ser. Tal vez descreí a la única persona que ha enfrentado esas 42 páginas latentes. Algo en su tono de voz resultó benévolo al afirmar que «hasta entonces y sin duda alguna, ésas son las mejores
páginas que he leído desde que he convertido la edición en mi trabajo».