En el enunciado de este breve artículo aparecen en contraposición dos verbos, el primero de ellos, “reír”, parece estar más relacionado con situaciones y momentos de “paz” o concordia, avenencia y armonía, mientras que el segundo de ellos, “reñir”, resulta mucho más lógico asociarlo a circunstancias más o menos problemáticas de desavenencia, disputa y “guerra” o enfrentamiento.
A partir de esta sencilla observación con la que confío estarán de acuerdo conmigo cuantas personas lean este escrito, las preguntas a las que pretendo dar cumplida respuesta son las siguientes: ¿es la violencia, la agresión y la furia de los seres humanos algo innato, o están condicionadas por el contexto? ¿Puede ser la risa humana un antídoto contra la violencia o, al menos, puede llegar a propiciar naturalmente la creación de un clima relacional distendido y relajado?
Actualmente, gracias a las investigaciones neuroantropológicas y arqueológicas se puede responder con mayor rigor científico a la primera cuestión aquí planteada, mal que les pese a los negacionistas científicos que andan hoy de moda por doquier. Así pues, en una apretadísima síntesis, se puede afirmar sin miedo a errar que la “guerra” (las problemáticas de desavenencias, disputas y enfrentamientos graves) surge por primera vez con el nacimiento de la economía de producción y con el cambio radical de las estructuras sociales del Neolítico, hace unos diez mil años.
En este asunto, deseo hacer aquí mención expresa a un fenómeno violento bien estudiado por mí, desde hace muchos años, como es el filicidio. El filicidio es un acto que ha estado presente en todas las culturas. Existen evidencias en los mitos primitivos, en ritos de iniciación con sacrificios humanos, además de en múltiples expresiones de sometimiento que constituyen prácticas igualmente universales.
Y hoy estamos en condiciones de afirmar que este fenómeno es principalmente sociopatológico. Y también que está estrechamente vinculado con las nuevas condiciones de vida impuestas por la “sedentarización” del ser humano, propia del Neolítico. Esta evidencia sociohistórica nos permite aseverar, sin lugar a dudas, que la violencia, la agresión y la furia de los seres humanos están condicionadas por el contexto.
Respecto de la risa cabe decir, con toda propiedad, que la banalización de la risa y del humor en nuestra sociedad es un síntoma clave del patológico seriecismo institucional que sufrimos. Dicho seriecismo se ha constituido en un síndrome relacional patológico epidémico, generador de estrés psicosocial, que predispone al desarrollo de diversas enfermedades. La ciencia médica nos viene alertando, desde el pasado siglo, acerca del elevado número de trastornos psicosomáticos debidos al estrés y, también, nos viene facilitando recetas eficaces de prevención y tratamiento.
La risa ha sido definida, desde la perspectiva de la antropología médica y social, como “el mejor pegamento social”, habiéndose confirmado experimentalmente que la risa es una fiable señal externa de que todo está bien y podemos relajarnos. Por tanto, aseguramos aquí con rotundidad que la risa crea un clima relacional distendido y relajado.