¿Cuántas veces se nos ha dicho en los últimos años que el libro en papel estaba en peligro de extinción? Vinieron los libros electrónicos, ahora los audibles y, sin duda, vendrán nuevos formatos. Incluso, como adivino soñador, me atrevo a pronosticar la futura irrupción de lo que me he tomado la arrogancia de bautizar como «visibles» y «hololibros».

Pese a todo, el libro, en sus distintas opciones, es como un corcho que siempre sale a flote y que, lejos de morir, se enriquece. En los últimos meses ha aparecido un nuevo tema de moda en nuestra vida cotidiana. Tiene un nombre pomposo y un apellido grandilocuente. Se hace llamar Inteligencia Artificial o, en plan esnob, IA. Como si se tratara de una adivinanza, todo el mundo habla de ella, pero nadie la conoce de veras. También ha irrumpido en el mundo del libro. Sin ir más lejos, en el último LIBER 2023 fue el tema estrella. Como no podía ser de otra manera, los profetas del apocalipsis, los tertulianos iletrados y demás caterva de creadores de opinión pronostican la muerte, en este caso, no del libro, sino del escritor, su creador. Nos dicen que, no tardando mucho, alguien tecleará, por ejemplo:

«Quiero un libro de trescientas páginas, de género policíaco, con cinco personajes, muchos
muertos y que acabe con el asesino entre rejas».

Pulsará Intro y, al poco rato, tendrá en su pantalla de ordenador una novela artificialmente
inteligente y creada por una marea de algoritmos y modelos de IA.

Un libro es artificialmente inteligente porque lo es su creador, y entonces también lo deberá
ser su lector. El triángulo escritor, libro y lector comparte toda la cadena de valor; es decir, si el escritor tradicional muere atravesado por el dardo de la IA, también morirán el libro y el lector tradicionales. Negarlo sería menospreciar la inteligencia del lector. ¿Cómo va a ser capaz una máquina artificial de hacernos sentir emociones, pasiones, amores, etc. humanos?

Yo creo en la ciencia y la tecnología, y en la capacidad de progreso que nos brinda si la
usamos y no abusamos de ella. Por ello, estoy dispuesto a comprar las bondades de la IA, una vez que estén maduras y no sean una mera sarta de mensajes marquetinianos. Será mi aliada, una herramienta para ayudarme a mejorar y, en el caso que nos ocupa, a escribir mejor. Podré documentarme más eficazmente, me ayudará en la corrección ortotipográfica y de estilo, facilitará la traducción de mis novelas a otros idiomas, a generar material de apoyo y promocional, etc. Y, por supuesto, que tenga yo la última palabra para aceptar sus propuestas. En definitiva, no creo que un libro artificialmente inteligente vaya a mandar al paro a los escritores de carne y hueso.

Por último, y recurriendo como siempre a nuestra Real Academia, recordemos que artificial
tiene dos significados reconocidos: «Hecho por mano o arte del hombre» y «no natural, falso».

Entonces, un libro artificialmente inteligente será o inteligente por obra y gracia del hombre, o falsamente inteligente.