Marta Negro es una joven ripense que hace unos meses decidió abordar un reto personal: dar la vuelta al mundo sin utilizar, en la medida de lo posible, el dinero. Todo a base de trueque, porque, según explica, “para vivir y viajar, el dinero no debe ser siempre el protagonista”. Marta llegó a un acuerdo de colaboración con Rivas Actual que permitirá a las y los lectores conocer una crónica mensual de su viaje.
Recorriendo Siberia en tren
El primer tramo que hice de la mítica ruta del transiberiano fue hasta Kazán, una de las ciudades más bonitas de Rusia. Allí me alojé durante unos días con una mujer de la etnia tártara, la cual me dio a conocer algunos platos típicos y me llevó a un club de conversación en inglés con locales.
En ésta ciudad, donde te encuentras dragones en cada esquina, fue donde tuve mi primer contacto con la nieve, la cual no me abandonó hasta el último día que estuve en Rusia. Una vez visité el Kremlin y Templo de todas las religiones, puse rumbo a Ekaterimburgo, en una horrible tercera clase, ya que el tren en el que viajé era muy antiguo.
Después de 17 horas de semi-sufrimiento y llegar a mi destino, durante los siguientes días tuve la oportunidad de hacer un gran trueque. Me llevaron a un colegio público ruso para hablar con los niños e intentar concienciarles de lo importante que es saber idiomas. Además me invitaron a una auténtica fiesta rusa, con barbacoa a -15º incluida. Fue una experiencia muy interesante.
También pude añadir como experiencia, hacer un trekking por Siberia a varios grados bajo cero, donde casi se me congelaron los pies, o así lo sentí. A pesar del dolor y entumecimiento, fue muy bonito. Suena muy contradictorio, lo sé, aunque mi viaje por Siberia ha seguido siempre esa tónica, algo de sufrimiento aunque muy buenas experiencias.
Mi siguiente trayecto, fue en primera clase. Quería experimentar todas las opciones que el transiberiano ofrece. Este recorrido, me llevó a Novosibirsk, y de ahí a Barnaul, donde estuve más de dos semanas y experimenté el mayor frío de mi vida.
Nunca había sentido como mi nariz se congelaba por dentro en cuestión de segundos, o cómo tras 15 minutos esperando en la parada del autobús a -27º las manos pueden congelarse y doler tanto. Además de pasar mucho frío, hice un intercambio, donde impartí clases de inglés y español, di una charla en un instituto ruso y pude disfrutar de un par de días de ski de fondo en un bosque
realmente único, ya que solo hay 5 como él en el mundo.
Alcanzar el record de -34º sensación térmica, fueron suficientes para mí, así que me puse de nuevo en movimiento hacia Irkutsk, donde el lago Baikal me estaba esperando. Después de 37 horas de viaje, llegué hasta sus orillas y reconozco que estar delante del lago más profundo del mundo, fue muy emocionante.
Era uno de esos retos personales que se estaba materializando, y una mezcla de sentimientos se apoderó de mi: orgullo, satisfacción, alegría, melancolía… Esa inmensidad de agua me atrapó durante una semana completa. Fue tanta la fascinación que decidí visitar una de las islas que tiene el lago.
Para llegar a la isla de Olkhon, tuve que cruzar en barco y pude escuchar como el casco del barco rompía el hielo en pedazos, un sonido que no olvidaré nunca. Ya en la isla, disfruté durante horas de uno de los puntos sagrados más importantes de toda Asia: La piedra del chamán, en la cual a veces, aún se siguen haciendo ceremonias.
La verdad, que no podría haber tenido mejor broche final para mi etapa en Rusia. Dos meses de frío, de trenes, de gente muy amable y sobre todo de experiencias. Y es que tras esos 3 meses de viaje, ya había logrado 27 experiencias donde el trueque, fue la única moneda de cambio.
Si hacer este viaje es uno de tus sueños, aquí puedes leer cuánto me gasté en la mítica ruta del transiberiano y escuchar todos las aventuras de cada día que pasé en Rusia aquí.