La infancia celebraba su día en el Bhima Shanga. Los renacuajos recorrían las distintas salas del centro descubriendo la libertad controlada, la luz negra, los circuitos de psicomotricidad o a las cuentacuentos. En otra sala, los más preadolescentes eran invitados a probar el suelo y el break dance.
Distribuidos por el centro, había varios montones de impresos que recogían los derechos de la infancia.
La mayor, para entenderlo mejor, se agachó a coger uno de esos papeles pisoteado y se apresuró a leer a gritos:
-Tengo derecho a expresar lo que pienso y a ser escuchada por los demás.
Cuando me crucé por primera vez con una intervención de Homo Velamine, mi razón sufrió el desconcierto. Iba con el compañero perro y nos disponíamos a cruzar los diez carriles de coches del Paseo del Prado. Al buscar con la mirada la placa con el nombre de la calle, me descolocaron las letras blancas sobre fondo azul: AUTOPISTA DEL PRADO, decía el letrero de chapa. Aquella discreta aparición fue suficiente para entretenerme, que el semáforo volviese a rojo y disponer del tiempo necesario para acercarnos a husmear la esquina. Cuando se puso verde de nuevo, una multitud de preguntas caminó hacia nosotros desde el otro lado de la calle.
En el cartel del evento infantil, se anunciaba la exhibición de un grupo de b-boys que había llamado nuestra atención. Pensamos que a la mayor le gustaría, puesto que le encanta el baile, el deporte y, como ella dice, hacerse la chulita. Los técnicos de sonido ultimaban detalles y seis niños con el mismo chándal azul esperaban en tensión al fondo de la sala. Un adulto cogió un micro e introdujo al grupo uno por uno. Me quedé con el nombre de
Lucas. La música se impuso y fue descendiendo el volumen del rumor. Los niños se colocaron en formación y empezaron a bailar sincronizados. Cada tanto, uno de ellos se separaba del grupo para tomar el espacio central, simular molinos, escorpiones y rematar congelando el cuerpo durante unos segundos en medio del movimiento. Nick y yo, mientras tanto, gozábamos de ambos espectáculos. El de los muchachos girando sobre el suelo y el de la fascinación en el rostro de la mayor.
Unos meses después el colectivo Homo Velamine se topó de nuevo con mi incredulidad. Mientras la televisión informaba de un acto participado por la ex presidenta Esperanza Aguirre, en pantalla, un chico y una chica la flanqueaban posando para la foto. Lo desconcertante es que aquellos jóvenes lucían camisetas con la cara de la ex presidenta, y el mensaje impreso sobre algodón blanco era el que sigue: FEA (Feministas con Esperanza Aguirre).
Una cámara de televisión volvió a ponerles el foco en Vistalegre II. En esta ocasión, el colectivo Homo Velamine se disfrazó de Cleroflautas para mostrar su apoyo a Pablo Iglesias bajo el lema: “Pablo, amigo, Dios está contigo”. Una monja sostenía la pancarta con la leyenda “Yes we pray” junto al rostro de un Iglesias obamizado sobre gamas de rojos y azules. Reconocí aquella coleta y aquel bigote, a pesar del hábito. Entre la performance crítica, las chicas y la coña marinera, sobresaltaba a mis ojos ese bigote histriónico.
El tal Lucas tendría unos doce años, pero sus trucos, su trabajo de pies y su actitud le elevaban por encima del resto. También su pelo largo, castaño y ensortijado. La mayor intentó imitarle agarrándose las rodillas, haciéndose una bola y tratando de impulsarse para dar vueltas sobre el suelo, ejerciendo su derecho a jugar sin cortapisas. Cuando le pedí que prestase atención para aprender de los que saben, ella recalcó tajante que estaba en su derecho.
La sentencia contra Homo Velamine me dejó helado. Todo dios se había enterado de que una web promocionaba un tour siguiendo las huellas de la manada por las calles de Pamplona. Pocos saben que nunca se llevó a cabo y que nunca tuvo ánimo de lucro. Nadie informó de que era obra de un colectivo artístico que pretendía criticar el circo mediático. Lo saben un puñado de lectores de Juan Soto Ivars y unos cuantos humanos que alucinan.
Cada periodista que había mostrado el recorrido en prime time, narrándolo paso a paso, cobró el primero de mes. Los medios que retransmitieron desde aquel portal, reconstruyendo los hechos desde todos los ángulos, insertaron muchos anuncios. Aquel cómico bigote nunca acompañó la información, ilustrada sistemáticamente con imágenes de los miembros de la manada, vinculando ambos hechos y convirtiéndolos en lo mismo.
Así empezaba el final del colectivo ultrarracionalista, fanzinero y performativo, con un recorte de prensa en el que no aparecía un bigote.
En una de aquellas octavillas se decía que los niños tienen derecho a una
información de calidad.
He sabido hace poco, por sus redes sociales, que Lucas sigue afinando flips y
soñando tricks. El break dance será olímpico en París.
Cuando le pregunté a la mayor si quería ser una b-girl, se tiró al suelo, ejecutó una voltereta rectilínea y terminó enseñándome su sonrisa mellada, tumbada y congelando el movimiento justo en medio de un corte de mangas.