“En primera fila sentadas en el suelo, unas cuantas miserables mujeres: casi todas –la mujer es prolífica en España- tenían en brazos a algún crio. (…) los niños tenían una cabeza disforme unida por un cuello ahilado al cuerpo esquelético, los vientres hinchados, las piernecillas retorcidas en curvas inverosímiles como las de los muñecos de trapo; las boquitas abiertas bebiendo con ansia el aire a falta de mejor alimento…¡Esta España encontramos al nacer la República!”[1]
¡Esta España encontramos al nacer la República! Esto es lo que escribió, en 1932, María Lejárraga (más conocida por el apellido de su marido: Martínez Sierra) cuando fue a dar un mitin en un pueblo manchego: creo que se impone, antes de nada, una reflexión sobre la situación en que se encontraba la mayor parte de la población española.
La coyuntura no era fácil ya que, después del Crack de 1929, la situación era de crisis a nivel mundial y en España la incidencia fue especialmente grave debido al descenso en los índices de producción que supuso un freno a la incorporación de las mujeres al sector secundario y terciario. El desempleo originado, “ocasionó en todo el mundo occidental un reforzamiento de las teorías contrarias al trabajo de la mujer, en tanto que arrebataba los puestos laborales a unos varones quienes eran por naturaleza los destinados a ejercerlos”[2].
Volvamos al título de estas líneas: ¿Por qué las Ignoradas? porque me referiré a la mayoría de la población, a esas mujeres que no aparecen con nombres y apellidos a lo largo de la historia. Esas mujeres que se engloban en “campesinas” “amas de casa”, ahora bien, hay que recordar que eran las que realizaban la mayor carga de trabajo, mujeres que no aparecían en las estadísticas pero que eran mayoría. Según el censo de 1931, había en España un total de 12.065.566 mujeres y 11.498.301 varones. Estas mujeres apenas aparecen en la mayoría de los textos que se han escrito y escriben sobre las mujeres en la II República.
Recordemos: día 14 de abril del año 1931: se instaura la II República en España. Es indudable que fue un gran acontecimiento, ¡por fin! llegaba la democracia y la libertad.
Poco se conoce sobre la vida diaria de las mujeres, aunque es alentador ver cómo, al día de hoy, las investigadoras de este período histórico profundizan, cada vez más, en las mujeres “de a pie”. Hasta hace muy poco, los trabajos existentes se referían, fundamentalmente, a la esfera de lo público: participación política, trabajo, cultura,…en ellos, se menciona a mujeres singulares y reconocidas pero no se ahonda, apenas, en la vida cotidiana de millones de mujeres que participaron en los acontecimientos del 14 y 15 de abril y que vivieron, unas veces con desconfianza, otras con grandes expectativas, las reformas sociales que afectarían a la familia y a su condición social.
También tenemos que recordar que los ocho años que transcurrieron entre 1931 y 1939 fue un período demasiado corto como para lograr cambios sustanciales en el comportamiento de la población. Así mismo, hemos de recordar que para las mujeres era un cambio radical de la situación en que vivían. El período de duración de la Segunda República fue una época de grandes avances para las mujeres y la población en general: la posibilidad de votar y ser votadas, la ley de divorcio, el control de la natalidad, protección de la maternidad, poder formar parte de los tribunales…
Ahora bien, no es posible hacer un retrato homogéneo de cómo se desarrollaba la vida cotidiana en aquellos tiempos. Los años treinta fueron años de profundas reformas pero en los que subsistían grandes diferencias sociales, como las que describió la diputada María Lejárraga, tanto en las líneas que abren este escrito como las que escribió después de un viaje por Andalucía donde “se podían encontrar cuevas en las que no existían ni los objetos básicos que permitieran la iluminación de los huecos excavados en la roca, y donde los niños paseaban casi desnudos por las calles de pueblos y ciudades”[3]
Analizar que significó la II República en la vida de las mujeres españolas es adentrarse en una mezcla de cambios y continuidades. Supone analizar cómo incidió en las diferentes clases sociales: en las mujeres de clase media, la modernidad republicana se reflejaba sobre todo en “ideales pequeñoburgueses” como el interés por el maquillaje y el cuidado del cuerpo, por el deporte o por la nueva concepción del hogar; por el contrario, para las mujeres de las clases populares suponía simplemente la posibilidad de ser rescatadas de una esclavitud ancestral; no olvidemos que estas mujeres eran la mayoría.
Según Pilar Folguera: “…la imagen que se refleja en revistas y publicaciones femeninas es la de los hogares que optan por la modernidad y el “confort”. Se elogian los nuevos proyectos urbanísticos, se proyectan casas que permitan el continuo contacto con la naturaleza, se aconseja la utilización de muebles de la casa: divanes, sillas, estanterías, mesas, se diseñan con firmas confortables, siguiendo los dictados de Le Corbusier, se sugiere el uso de alegres cretonas en dormitorios y cuartos de estar, de cocinas acogedoras e incluso se plantea la participación directa o indirecta de las mujeres en el diseño de los proyectos urbanísticos, con el fin de tener en cuenta la perspectiva femenina”.
Al mismo tiempo, los arquitectos, higienistas y médicos incidían en la necesidad de una renovación higiénica de la casa; se aconsejaba a las “amas de casa” que eliminaran toda posible fuente de polvo y microbios y abrieran la casa al aire y al sol. Se pusieron en marcha nuevos proyectos basados en la política de construcción de “casas baratas” destinadas a las capas populares, en sustitución de las existentes en donde abundaban las enfermedades debidas a la falta de higiene, como la tuberculosis y las disenterías.
El nuevo concepto de higiene se trasladaba también a la salud del propio cuerpo femenino. Se difundieron, en toda la prensa, consejos sobre gimnasia, hidroterapia, cremas para el sol, moda para practicar deportes, se exaltaba la vida al aire libre, como reflejo del clima de libertad de que disfrutaba la sociedad española.
Por otro lado, se trató de regular diversos aspectos de la vida privada de españoles y españolas en el intento de sustituir lo existente por una concepción laica, equitativa y democrática de lo privado. Así en el artículo 43 de la Constitución, el Estado se comprometía a prestar su asistencia tanto a la familia como al individuo; es decir, protección al niño, al trabajador, al viejo, a la madre, a los esposos. Con estas medidas, España se situaba a la vanguardia de las democracias parlamentarias de la época. En lo que se refería a lo privado se aspiraba a un ideal de justicia, en el que las mujeres eran consideradas, por primera vez en la historia de nuestro país, como individuos. Se reconocía, además, la igualdad de los sexos y se intentó que desapareciera el concepto de jerarquía entre hombres y mujeres en la legislación vigente.
Como podemos imaginar, estos ideales del primer bienio que trataban de reformar la sociedad encontraron multitud de dificultades al enfrentarse con la Iglesia y los sectores de la derecha que consideraban que los valores que habían dominado en la sociedad española, durante siglos, se encontraban en peligro.
Así, cuando triunfaron las derechas en noviembre de 1933 se produjo una nueva tendencia: frente a la política del bienio anterior que animaba a las mujeres a ejercitar su cuerpo y exponerlo a la acción benefactora del sol y del aire, para los conservadores su planteamiento era todo lo contrario. Para ellos había que evitar las playas y sus efectos pecaminosos, sugerían una moda recatada frente a la comodidad de las nuevas tendencias y, por último, se responsabilizaba directamente a las madres de la moral de la familia y muy especialmente de las jóvenes; se recomendaba, la necesidad de volver a los tiempos anteriores a la república.
Este planteamiento fue refrendado por algunas de las revistas “femeninas” que hablaban de restablecer a las mujeres a su verdadero trono: el hogar, impulsar la maternidad, reeducar la moral, aceptar la jerarquía social, y conseguir que el padre recobre su rango en el seno de la familia.
En cuanto en lo que se refiere a la educación hay que decir que, desde un principio, se llevó a cabo un intenso proceso de reforma del sistema educativo con el fin de resolver los graves problemas estructurales que se arrastraban desde el siglo XIX: el analfabetismo alcanzaba, en 1931, una tasa del 40% de la población y la mitad de la población infantil carecía de escolaridad efectiva.
Para paliar esa situación, el gobierno de la II República puso en marcha diversas medidas: un gran incremento de los presupuestos del Ministerio de Instrucción Pública, la creación de nuevos centros educativos de diversos niveles, el aumento de las plantillas de profesorado y la elevación de sus remuneraciones, el establecimiento de nuevos planes de estudio, la creación de consejos de enseñanza, de las misiones pedagógicas y bibliotecas ambulantes, la puesta en marcha de un sistema coeducativo en las escuelas normales, la laicización de las escuelas y las campañas de alfabetización de adultos.
Todas estas medidas se intentaron poner en marcha durante el bienio transformador, ya que durante los años 1933-1935 (bienio conservador) los presupuestos del Ministerio de Instrucción crecieron con más lentitud que durante los años anteriores, lo que supuso en la práctica una paralización de las medidas iniciadas durante los años de gobierno republicano-socialista. Tras el triunfo del Frente Popular se llevó a cabo un cierto esfuerzo por reiniciar el ambicioso programa de reformas, pero el estallido de la guerra civil interrumpió definitivamente el proceso.
Pese a los indiscutibles logros de la república en materia educativa, los porcentajes de escolarización continuaron siendo todavía muy bajos. Ahora bien, se puede señalar que hubo un ligero incremento del alumnado femenino respecto del masculino, llegando a representar en los institutos de bachillerato un ascenso del 31% en el curso 1935-36. Estos datos guardaban una relación directa con la presencia relativa de las mujeres en los diferentes tipos de enseñanza medias y profesionales….parece ser que se producía un cambio de mentalidad entre las jóvenes que aspiraban a otro tipo de estudios posteriores al bachillerato.
En cuanto al trabajo remunerado de las mujeres hay que decir que, pese a los decisivos cambios políticos que se produjeron durante los años que nos ocupan, el incremento de la población activa femenina fue relativo. No solo incidió la coyuntura económica de la que ya se ha hablado sino que, al parecer, no hubo cambios sustanciales en el comportamiento de las mujeres respecto del trabajo asalariado y, en paralelo, continuó la permanencia en la sociedad de los valores ya existentes en lo que se refiere a la participación de las mujeres en la actividad remunerada.
Durante este período, la sociedad continuó considerando que la ocupación fundamental de las mujeres debía ser el trabajo, tanto productivo como reproductivo, dentro del hogar. Así, en un país en el que la mayoría de las familias (entre un 75% y 85%) pertenecía a un estrato social medio bajo, el trabajo doméstico constituía la tarea fundamental, tanto de las mujeres casadas como de las solteras. El trabajo no remunerado de las mujeres no se encuentra reflejado en ningún censo de población.
Los varones, tanto el cabeza de familia como los hijos, sí que aparecían en los censos mientras que las mujeres tanto las esposas como las hijas adultas, eran consignadas como “miembros de la familia”, aunque desarrollaran un trabajo productivo de forma continuada en la explotación familiar. Tampoco se recogían en los censos a las que desempeñaban un trabajo de carácter temporal en los diferentes sectores de la economía: trabajadoras eventuales de los trabajos de recolección, de industrias de temporada, de servicio doméstico.
Por otro lado hay que tener en cuenta el desarrollo limitado de la economía española durante estos años en la que existía un elevado peso específico del sector agrario; aunque lo más significativo era, sin duda, la concentración de la mano de obra femenina en el sector del servicio doméstico, que ocupaba tradicionalmente mano de obra escasamente cualificada y en el que la actividad era acorde con las funciones que tradicionalmente se han atribuido a las mujeres.
Las peculiaridades del proceso de industrialización en España, la debilidad de la burguesía industrial y el desigual desarrollo económico del país, fueron factores que repercutieron negativamente en la situación laboral de la mujer, que sufrió un considerable desfase respecto a otros países europeos.
Es muy interesante observar la polémica que sobre el trabajo asalariado de las mujeres se mantuvo, durante todos estos años de la II República, entre los diversos sectores de opinión y entre las diferentes fuerzas políticas. La posición dominante era la de mostrarse contrario a que las mujeres desempeñaran una actividad remunerada fuera del hogar, especialmente si se trataba de mujeres casadas. Políticos, médicos, teólogos coincidían en afirmar que existía una rígida división de tareas entre hombres y mujeres y consideraban el trabajo extradoméstico como algo que desnaturalizaba la única misión para la que las mujeres están dotadas: la de esposa y madre. Se consideraba que el trabajo suponía un peligro para la institución familiar y para la estructura jerárquica que “naturalmente” Dios ha asignado a cada miembro de la familia, ya que la independencia económica de las mujeres que trabajaban fuera del hogar, suponía una grave afrenta para a la dignidad del marido.
Pese a todos esos argumentos, la realidad social y económica se impuso, y se comenzó a reconocer que la presencia de las mujeres en fábricas, comercios o talleres era una realidad ineludible. Los sectores más reticentes a este hecho comenzaron a admitir que las mujeres, de forma transitoria, y mientras no contrajeran matrimonio podían desempeñen un trabajo. En cualquier caso, se consideraba el trabajo asalariado femenino como una actividad secundaria y complementaria de la actividad masculina, justificable sólo en caso de viudedad o soltería.
Si analizamos la posición conservadora, vemos que el programa de la CEDA reconocía “el derecho al trabajo igual para el hombre que para la mujer”, aunque especificaba más tarde que “debe tenderse a que la mujer casada no se vea precisada a trabajar”. Para ello, se pidió el establecimiento de un salario familiar y el “fomento de las industrias domésticas”. Coherentemente con este programa, el periódico El Debate definía a las mujeres en función de su papel, como guardianas del hogar y de la familia. Proponía la implantación del subsidio familiar y la dote matrimonial dirigidos a conseguir el cumplimiento de “la misión natural de las mujeres”. Se argumentaba en contra de la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, ya que con ello se aumentaba el desempleo masculino que “en definitiva, era el llamado a sostener a la familia”. Se planteaba que las mujeres eran responsables de salvaguardar el orden moral y de cumplir las complejas tareas de madre, esposa y educadora de los hijos, deberes que no podrían cumplirse si éstas se ausentaban de la casa.
Los partidos promonárquicos, Renovación Española y Comunión Tradicionalista, compartían las mismas tesis. Afirmaban que había que salvaguardar la defensa de los valores del hogar. En este mismo sentido se pronunciará la Sección Femenina de Falange Española. Su fundador, José Antonio Primo de Rivera, matizaba que la forma de respetar a la mujer no era “sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles” sino en “rodear cada vez de mayor dignidad humana y social las funciones femeninas”.
En los partidos de ideología marxista existía un cambio sustancial respecto de los partidos anteriores en relación con el trabajo asalariado de las mujeres. A raíz del advenimiento de la república, el programa parlamentario del PSOE incluyó una declaración genérica de igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Margarita Nelken, diputada socialista, consideraba al trabajo remunerado como una premisa indispensable para conseguir la liberad de las mujeres afirmando que en el matrimonio ninguno de los dos cónyuges debía supeditarse ni depender económicamente del otro. Por otro lado y de forma contradictoria, afirmaba que existían funciones específicas para las mujeres, aparte de compañeras y colaboradoras de los hombres y eran la de ser madre y cuidadora del hogar. Por ello, proponía la reducción de la jornada laboral y la creación de guarderías infantiles.
El PCE, reivindicaba la igualdad de derechos políticos y civiles, el salario igual por el mismo trabajo y medidas destinadas a proteger la maternidad, tales como el seguro maternal, el permiso por maternidad y la creación de guarderías y casas cuna. Pero en lo que hacía más hincapié era en la denuncia de la explotación capitalista de que eran objetos las mujeres y en la defensa del régimen comunista como única vía de alcanzar la completa emancipación.
El anarquismo durante la II República se mostraba partidario de asegurar la independencia económica de hombres y mujeres, así como de la igualdad entre ambos sexos tanto en derechos como en deberes. Igualmente era favorable al trabajo femenino, en la medida en que éste permita a las mujeres disfrutar de libertad económica para no estar sometida al varón. Así, Lucia S. Saornil, fundadora de Mujeres Libres, afirmaba que el trabajo constituía una faceta más del desarrollo integral indispensable para que todos los miembros de la sociedad, hombres y mujeres, se desarrollaran plena e íntegramente.
La participación política de las mujeres inició un periodo de vital importancia para millones de españolas. Una de las primeras medidas que se llevó a cabo fue la de reformar la ley electoral vigente; entre otras disposiciones, se rebajó la edad de votar a 23 años, se cambiaron las circunscripciones unipersonales por las provincias y se concedió a la mujer el derecho al sufragio pasivo (derecho a ser elegida).
Para el Gobierno Provisional el deseo de incorporar a las mujeres estaba dificultado por el bajo nivel educativo, la escasa incorporación de éstas al trabajo extradoméstico y que el nivel de participación en la vida política había sido relativo ya que había escasos antecedentes de lucha sufragista en España. La nueva Constitución establecía: “Todos los españoles son iguales ante la ley” (art. 2), “No podía ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas, ni las creencias religiosas (Art. 25).
La Constitución especificaba, así mismo, que: “La familia está bajo la salvaguarda especial del Estado” debiéndose fundamentar el matrimonio en “la igualdad de derechos de ambos sexos y podrá disolverse por mutuo disenso o petición de cualquiera de los cónyuges, con alegación en este caso de justa cause” (Art. 43). En cuanto al trabajo, el artículo 46 se refería a la protección de la mujer y el artículo 40 garantizaba la no discriminación en puestos oficiales y cargos públicos por razón de sexo.
El sufragio femenino quedó establecido en el artículo 36 que explicitaba: “Los ciudadanos de uno y de otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. La concesión del voto a las mujeres fue uno de los grandes argumentos utilizados por los partidos de izquierdas para explicar su fracaso en las elecciones de 1933. Lo cierto es que de un censo de 15.146.349 votantes potenciales, el 53% eran mujeres, de las cuales se puede suponer, que un número importante de ellas apoyaría con su voto a los partidos del bloque de derechas. Pero aun así, la imputación al voto femenino del fracaso de la izquierda es totalmente reprobable. Sin duda, fueron otros los factores que afectaron los resultados electorales de noviembre de 1933: la división de las izquierdas, sus luchas internas, los efectos de la desfavorable coyuntura económica, el desgaste tras dos años de gobierno y el fortalecimiento de los grupos de derechas, fueron algunos de los factores que influyeron en los resultados electorales.
En 1936 el panorama político era radicalmente diferente: la manipulación de la Coalición Radical-Cedista había generado un enorme descontento en el electorado. Además, la ley electoral favorecía a las coaliciones y por último el que la izquierda se presentara esta vez unida posibilitó el triunfo del Frente Popular, especialmente en las grandes ciudades y las zonas de la periferia. En esta ocasión, todos los partidos sin excepción alguna, hicieron su campaña específica dirigida a las mujeres, a la vez que incluyeron a mujeres destacadas en sus listas: Margarita Nelken, Julia Álvarez Resana, Matilde de la Torre, Victoria Kent, Dolores Ibarruri.
El alto grado de politización durante la II República se reflejó también en la participación femenina en organizaciones de mujeres tanto autónomas como vinculadas a los partidos políticos. Entre las organizaciones de derechas debe mencionarse la Asociación Femenina de Acción Nacional, creada en 1931 y que más tarde recibirá el nombre de Asociación Femenina de Acción Popular. Su lema se concretaba en pocas palabras: “Religión, Patria, Familia, Propiedad, Orden y Trabajo”. Otras organizaciones vinculadas a ideologías conservadoras las encontramos en la Asociación Femenina de renovación Española, creada con el fin de captar mujeres para las elecciones de noviembre de 1933; la Asociación Femenina Tradicionalista, destinada a difundir el ideario tradicionalista y la Sección Femenina de Falange Española.
Entre las organizaciones proclives a la República se puede destacar la Unión Republicana Femenina, creada por Clara Campoamor en octubre del 1931 para impulsar la campaña de concesión del voto a las mujeres y que en 1936 intentó transformarse en partido político integrante del Frente Popular.
Merecen especial atención la organización Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, constituida en 1933 como sección delegada del Comité Mundial cuya sede central se encontraba en París. Durante su primer congreso celebrado en Madrid en julio de 1934, se sentaron las bases de la organización antifascista formada por mujeres de todas las tendencias políticas. Su Comité Nacional lo presidía Dolores de la Torre, Victoria Kent, Gloria Moret y María Martínez Sierra. En Cataluña se creó L’Unió de Done de Catalunya en 1934 a instancias del Comité Mundial.
Además de estas organizaciones, es preciso mencionar organizaciones feministas ya existentes en el período anterior a la república y cuya actividad se situaba al margen de los partidos políticos: la Asociación de Mujeres Españolas, el Lyceum club, la Cruzada de Mujeres Españolas, la Federación Internacional de Mujeres Españolas y la Asociación Universitaria Femenina. Aun cuando cada una de ellas se situaba en un espectro ideológico diferente, sus objetivos fundamentales eran impulsar la cultura y la educación entre las mujeres, la consecución de la equiparación salarial entre hombres y mujeres, la igualdad ante la ley y el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres. Por último cabe mencionar la organización Mujeres Libres, fundada en abril de 1936 a instancias de un grupo de mujeres como Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch.
[1]Yusta, Mercedes: La segunda República: significado para las mujeres. En: Historia de las mujeres en España y América Latina IV. Edit: Cátedra
[2] Núñez Pérez, María Gloria: Evolución laboral de las mujeres en España durante la Segunda República (1931-1936) Universidad Complutense de Madrid.
[3] Folguera Crespo, Pilar: La II República entre lo privado y lo público (1931-1939), en Historia de las mujeres en España edit. Elisa Garrido, Edic Síntesis. Este texto se ha utilizado en gran parte de este escrito.