En las líneas preliminares de mi ensayo divulgativo ‘Clásicos a contratiempo’, quise recordar un hecho memorable ligado al ejercicio de la difusión musical; uno de los hechos más sobresalientes a los que, sin duda, he tenido oportunidad de asistir a lo largo de mi vida filarmónica. Aconteció un domingo de verano; en concreto, la noche del domingo 5 de agosto del año 2007, “durante la cual, en uno de sus conciertos extraordinarios madrileños al aire libre, el director Daniel Barenboim, al frente de su encomiable Orquesta del Diván de Oriente y Occidente –en la que comparten atriles jóvenes árabes e israelíes-, y en plena Plaza Mayor de la capital ante una audiencia multitudinaria, no sólo propuso célebres músicas de Beethoven” (la Obertura “Leonora” nº 3) “y Chaikovski” (la Sinfonía “Patética”) “sino que se atrevió a tocar las dodecafónicas, y por eso poco populares a priori, Variaciones para orquesta, op. 31, de Arnold Schönberg. Nada más iniciarse la interpretación supe que la respuesta del público, lejos de cualquier cobardía, iba a ser entusiasta, como así fue; y ello evidentemente por el virtuosismo de los artistas, pero también por la valerosa actitud de Daniel Barenboim, quien, cual improvisado divulgador, presentó la obra de Schönberg a los espectadores con una convicción y una habilidad admirables”.
De tal manera lo dejé escrito en ‘Clásicos…’; con la concisión a la que me obligaba el marco de unas líneas preliminares, donde referir lo ocurrido no podía exceder el lógico límite de un argumento tangencial. Ahora, en cambio, sí me es posible ensanchar márgenes para
poner de relieve, primero, una circunstancia de lo más enjundiosa: la decisión de incluir en el concierto las Variaciones para orquesta de Schönberg fue sobrevenida; es decir, que Daniel Barenboim desafió el criterio y, al cabo, enmendó la decisión de los programadores de los Veranos de la Villa, quienes habían considerado imposible, o al menos altamente
desaconsejable, la interpretación y, por tanto, la audición masiva de una partitura
dodecafónica en la Plaza Mayor de Madrid. Lo segundo que merece también un mayor
comentario lleva a poner el foco justo en el instante en que el maestro Barenboim hizo las
veces de atinado divulgador ante todos nosotros. Porque sus palabras fueron más allá de una sucinta glosa de las Variaciones… schönbergianas y sus virtudes; sus palabras fueron,
igualmente, una apelación directa al orgullo de todos los que allí nos habíamos congregado
aquella noche de agosto. “Ustedes, como público, no son menos que nadie”, nos dijo el
eminente director, sirviéndose de estos términos o de algunos otros sumamente parecidos…
“Ustedes, como público, no son menos que nadie”.
Aquel gesto de valentía de Daniel Barenboim, junto a sus músicos, sigue pareciéndome hoy el mejor ejemplo, la mejor plasmación de cómo puede infligírsele una severa derrota al elitismo en el lance menos esperado, y de la forma más insospechada, urgente, radical y eficaz. La belleza artística, y sobre todo la belleza artística a priori más difícil, necesita el concurso de sus héroes y heroínas: esos valientes cuya inteligencia y astucia, puestas al servicio de la sociedad, seguirán conquistando la excelencia para todos, batalla tras batalla.
[…] EN LÍNEA RECTA, artículos de opinión de la Asociación Escritores en Rivas en la revista RIVAS ACTUAL. ENLACE: https://www.rivasactual.com/la-belleza-y-los-valientes/ […]