Ignacio Marín presentó recientemente en Rivas su libro ‘Edificio España’, una novela negra que retrata el Madrid de la década de 1970, especialmente la relación entre los barrios más pobres y marginados, como el Cerro del Tío Pío, y el espacio geográfico de las élites, que Marín simboliza en el Edificio España, en la plaza madrileña del mismo nombre.
Rivas Actual entrevistó al autor acerca de su novela y de una similitud que Marín ve entre aquella época y sus desigualdades, y la Rivas de hoy en día, con la Cañada Real erigiéndose como su particular Cerro del Tío Pío del siglo XXI.
RIVAS ACTUAL: Has afirmado que el contexto en el que se desarrolla tu novela ‘Edificio España’, que es el del Madrid de 1970 y el contraste entre barrios muy pobres, como el Cerro del Tío Pío, y otros muy ricos como la Plaza de España, mantiene muchas similitudes con la Rivas de hoy y su proximidad a la Cañada. ¿Crees que el asentamiento que mencionas en tu novela tiene el mismo origen y las mismas implicaciones de lucha social que la Cañada de hoy en día?
IGNACIO MARÍN: Rivas tiene, en un municipio de tamaño mediano, las contradicciones y las desigualdades de cualquier gran ciudad, por lo que me hacía particular ilusión presentar aquí y poder charlar con sus vecinos.
Con pocas calles de diferencia podemos encontrar promociones de lujo, que no bajan del medio millón de euros, junto a cooperativas que han sacado adelante los propios vecinos, como Covibar. Además, el esfuerzo y la lucha de muchos de ellos por lograr mejores servicios, mejores dotaciones para sus calles, me recuerda mucho a los barrios obreros del Madrid de los años 70 y 80, donde los vecinos tuvieron que jugarse el pellejo por mejorar sus condiciones de vida.
Rivas tiene además la particularidad de convivir con la Cañada Real, de tener la responsabilidad de paliar las carencias que sufren sus habitantes, como escolarizar a los niños o garantizar derechos tan básicos como la luz.
En cualquier parte del mundo, en cualquier época, los orígenes de estos poblados son siempre los mismos: la falta de oportunidades que los lleva a buscarse la vida como pueden. Y los estigmas son también los mismos: las acusaciones de delincuencia, de marginalidad, la etiqueta del migrante. En los años 70, el mismo Madrid que no era capaz de absorber la masa de migrantes que tanto necesitaba, miraba a otro lado para no ver los problemas que tenía en el patio de atrás. Hoy, nos ocurre lo mismo, y nos la damos de una sociedad moderna, cosmopolita, democrática. La hipocresía no entiende de épocas.
R.A.: Quizás el personaje más conocido de la novela negra española sea Pepe Carvalho. Vázquez Montalbán le situó en una de sus novelas en Madrid, investigando el asesinato de un miembro del Comité Central del PCE de los años 70. ¿Cómo se habrían llevado Paco, el protagonista de tu novela, y Pepe Carvalho?
I.M.: Pues me resulta muy divertido imaginarles juntos. Pepe y Paco compartirían dos grandes pasiones, la cocina -seguro que compartirían un buen plato de callos-, y su amor por ese Madrid auténtico y castizo.
Pero más allá de eso, Pepe sería bastante más espabilado que Paco que, bajo su fachada de barriobajero, no deja de ser un chico tímido al que los acontecimientos le superan. Con Pepe como protagonista, esta historia sería muy distinta, pero él es un ganador, y a mí se me da mejor escribir no ya de perdedores, sino de personajes proclives a ser derrotados.
R.A.: Tú naciste un poco después de la época en que sitúas tu novela. ¿Cómo te has documentado para la misma?
I.M.: Me esforcé mucho en documentarme, porque precisamente no he vivido esa época. No quería caer en inexactitudes, lo cual es muy sencillo al no tener experiencia sobre lo que se hablaba en esa época, a lo que olían esas casas, a cómo era pisar el barro en esas calles. Me preocupaba especialmente porque me gusta escribir de manera muy descriptiva, muy sensorial.
Por lo tanto, me apoyé en testimonios que realmente han vivido esa época, para que me contaran cómo eran su día a día. Además, tenemos suerte de disponer de completas hemerotecas en Internet, que me permitían saber cómo era la actualidad en esos días, cuáles eran sus inquietudes. Y para describir cómo eran esos poblados, me resultó fundamental el libro “Un cerro de ilusiones: historia del Cerro del Tío Pío” de Juan Jiménez Mancha, que recomiendo encarecidamente.
R.A.: La novela negra suele caracterizarse por unos protagonistas de moralidad ambigua, sin las certezas clásicas de la sociedad ‘bienpensante’. ¿Crees que reflejas ese estereotipo en tu obra?
I.M.: Es que creo que la sociedad es así, en especial la sociedad de aquella época, la del final del franquismo y del comienzo de la Transición, tan compleja en tantos sentidos, también en lo moral. No creo que la gente que la vivió pueda ser catalogada como héroes o villanos, sino que cada uno se movía por unos motivos, por unos principios que consideran justos y que tal vez solo les pareciera buenos a ellos mismos. Me gusta huir de las categorías de buenos y malos, en especial en lo que corresponde a nuestra historia más reciente, por eso creo que esos prejuicios saltan por los aires en mi novela.
R.A.: Llama particularmente la atención la relación de complicidad entre dos de los protagonistas, el inspector de policía y el sindicalista. ¿Crees que se corresponde con dos perfiles fácilmente encontrables en la década de 1970?
I.M.: Yo creo que sí, y va muy en línea con mi anterior respuesta. El militante antifranquista no tiene por qué ser necesariamente bueno, ni el policía del régimen, necesariamente malo. Todo en la vida está lleno de matices, porque si no, sería terriblemente aburrida. Huyo de personajes que se basan en ideales morales y éticos perfectos, que nunca dudan, que nunca se equivocan, porque realmente ninguno somos así. Lo bueno que tiene la novela negra es que es capaz de transmitir la vida tal y como es, con toda su crudeza, con todos esos maravillosos matices.
R.A.: ¿Qué esperas conseguir con ‘Edificio España’, más allá de que la lea mucha gente?
I.M.: Mi ilusión, más allá de que resulte una historia entretenida, con unas páginas evocadoras que puedan transportar a otra realidad al menos por un momento, es que el lector cierre el libro y se dé cuenta de que esas brechas sociales, de que esas injusticias que se vivían en esa época, siguen sucediendo hoy. Que nos demos cuenta de que nuestras ciudades están construidas bajo el criterio de la desigualdad, hasta el punto de que la esperanza de vida está estrechamente relacionada con el barrio en donde se vive. Que nos demos cuenta, en definitiva, de que la lucha de clases realmente existe… y la estamos perdiendo.