Lejos de querer dotar de un matiz político a este artículo (si alguien aún duda del sentido de su voto le recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Levitsky y Ziblatt, “Cómo mueren las democracias”, para evitar eso mismo, que algunos acaben con lo más preciado que tenemos, la Democracia), es importante valorar si las opciones políticas que se nos presentan para gobernar la Comunidad de Madrid ponen en valor el desarrollo de políticas de prevención en relación a nuestra salud, tanto física como psicológica.

En un año marcado por la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, la atención médica y psicológica se ha erigido como uno de los ejes fundamentales sobre los que, seguramente, pivoten todas las promesas electorales que nos inundarán las próximas semanas. Como podrán comprobar, ningún partido político hablará de reducir la contratación de sanitarios, o de quitar recursos a la Sanidad Pública, o de no incrementar la contratación de nuev@s científic@s para luchar contra ésta y otras pandemias que, o bien ya están aquí (algunas silenciosas) o bien están por llegar. Seguramente nos encontremos en medio de una lucha  de cifras, para ver quién contrata a más personal, quién asigna más recursos, etc. Pero, más allá de una nueva maraña de números, lo interesante es qué es lo que se quiere hacer con nuestro sistema sanitario. La pandemia nos ha mostrado lo frágil que es, lo debilitado que está, y el extraordinario trabajo que nuestros sanitarios hacen con muy pocos recursos.

Este hecho contrastado, incontestable, requiere de una profunda reflexión. Nos obliga a pensar sobre si el sistema está preparado para las demandas propias de un nuevo siglo con nuevos condicionantes. En mi opinión, la respuesta es que hay un desequilibrio muy claro entre lo que el sistema sanitario nos ofrece y las necesidades que tenemos como ciudadan@s. La irrupción el pasado siglo de la biología molecular nos ha permitido modificar la forma en la que nos enfrentamos a las enfermedades, y el desarrollo de varias  vacunas en un tiempo récord es un claro ejemplo de ello. Ésta, la biología molecular y la aparición de nuevas herramientas de diagnóstico basadas en el desarrollo tecnológico, constituyen una de las patas sobre las que, en mi criterio, debe construirse una nueva propuesta. Pero faltan tres más para que podamos ofrecer un sistema que sea capaz de dar respuesta a las necesidades que tenemos.

En primer lugar, deberíamos apostar firmemente por la investigación científica. Nadie, en su sano juicio, puede negar que ha sido la Ciencia la que nos esta sacando con éxito de esta pandemia. El desarrollo de las vacunas se ha realizado en un tiempo récord, y solo la inoperancia del Mercado (en mayúsculas) a la hora de su distribución y/o compra-venta ha ralentizado de forma muy significativa la vacunación de toda la población. Pero debemos ir algo más lejos en nuestro análisis: únicamente el Conocimiento nos proporciona respuestas  a los enigmas que aún no hemos sido capaces de resolver, enfermedades incluidas. Y se va hacer más importante a medida que el Calentamiento Global esté más presente en nuestras vidas. Por tanto, invertir en investigación, en conocimiento, es crucial para nuestro futuro

En segundo lugar, repensar la formación que damos a nuestros menores y mayores en los  centros educativos. Durante la pandemia hemos presenciado un extraordinario problema de desconocimiento de las nuevas tecnologías por parte de muchos de los profesor@s, que no sabían cómo usar herramientas que deberían ser de uso casi cotidiano. A esto se le sumó administraciones incapaces de proporcionar plataformas fiables donde desarrollar propuestas educativas. Esta situación, este grave problema, ha sido transversal para todos los niveles académicos, desde infantil hasta la misma universidad. En pleno siglo XXI, no podemos permitirnos el lujo de tener docentes que, o bien no pueden acceder a las nuevas tecnologías o bien les resulta tan complicado que optan por dejarlo por imposible. Un plan de formación ambicioso, de modernización de la administración, se hace necesario si queremos no quedarnos descolgados del resto de países de nuestro entorno.

Y en tercer lugar, entender que la prevención, en Medicina y en Psicología (y en otras muchas disciplinas) es fundamental si decidimos tener una Sanidad Pública potente. Tratar enfermedades es mucho más costoso para una sociedad que prevenir las mismas. Es necesario desarrollar programas transversales, que incluya la educación de nuestros menores en hábitos saludables, en detección precoz de patologías, en cuidado emocional, psicológico, que tanto hemos abandonado y que supondrá un grave problema de salud en  los próximos años. Poner los medios tecnológicos a disposición de los ciudadanos, para que la prevención de ciertas patologías sea una realidad y nos permita disponer de esos recursos finitos para solucionar problemas en otros ámbitos que suelen quedarse pobremente financiados. La prevención como idea fundamental que guíe al resto de propuestas; aquí incluyo la prevención del calentamiento de nuestro planeta, el único que tenemos, para evitar nuevas pandemias, la aparición de nuevas enfermedades o la generación de innumerables desastres sociales.

Pero, antes de acabar este artículo, no olvidemos que, si alguien se queda atrás, si alguien, quién sea, con independencia de si es hombre o mujer, de su procedencia, de su orientación sexual, de su poder adquisitivo o de su edad, no puede acceder a todo lo expuesto anteriormente, habremos fracasado. De nada sirve cambiar un sistema si hay personas que no pueden beneficiarse de sus bondades. Esta idea, en mi opinión, debería
estar presente en la mente de tod@s aquell@s que, en los próximos días, se van a presentar con nuevas promesas para obtener nuestro voto.