La victoria en una guerra se define no por el número de ciudades conquistadas o por las bajas infligidas al enemigo, por más que ello sea importante para el resultado final, sino por el grado de consecución de los objetivos marcados por cada contendiente al inicio del conflicto. Es algo que quienes quieren ver las cosas como son, y no como el tebeo de ‘Hazañas Bélicas’ que la mayoría de medios nos quieren presentar, han aprendido en conflictos prolongados y casi irresolubles, como los acontecidos en las últimas décadas en Irak, en Afganistán, en Siria o en diversos puntos de África.

En el actual conflicto provocado por la agresión de Rusia a Ucrania, el gobierno de Vladimir Putin parece tener dos objetivos complementarios y casi sinónimos que definirían su victoria: frenar el incesante avance de regímenes políticos hostiles en sus fronteras inmediatas y afirmar su papel de potencia mundial (no sólo en lo militar), puesto en entredicho en las últimas décadas.

Estados Unidos, que en el actual panorama mediático parece como si estuviera ausente y no fuera con él la cosa, tiene un objetivo más claro y más fácil de alcanzar: mantener su estatus y su enorme influencia económica y política en casi todo el mundo.

¿Y la Unión Europea? Es más difícil saber cuáles son sus objetivos de victoria. Y eso hace a Europa más vulnerable. No saber lo que se quiere es la antesala de no obtener lo que se necesita.

Porque la Unión Europea tiene un discurso soberanista que se da de bruces con mantener el esquema heredado de la Guerra Fría: OTAN – Rusia (antes, URSS). Se clama por la soberanía en todos los sentidos (también el militar), pero al mismo tiempo se invoca lo imprescindible de la alianza con Estados Unidos a través de la OTAN. Que es, no hay que olvidarlo, una pantalla detrás de la cual están los propios Estados Unidos y casi nada más.

Y no hay soberanía posible a la sombra de Estados Unidos. Que el sistema político y económico imperante en ese país sea mucho más similar que otros al que impera en Europa no le hace un socio sincero. Estados Unidos de América sigue siendo un país únicamente interesado en sí mismo. Cualquier alianza con EE.UU. será viable en la medida en que le interese a él, no en la medida que interese al resto de sus aliados.

Hace unos días, un pinchazo en una línea telefónica captó el comentario de la encargada norteamericana de la Secretaría de Estado (equivalente al Ministerio de Asuntos Exteriores, en la terminología europea) para la Unión Europea, Victoria Nuland, en la que, en conversación con su embajador en Ucrania, decía «Que se joda la Unión Europea». La propia Secretaria y otros altos cargos del gobierno estadounidense se han apresurado a pedir disculpas por el comentario, pero las disculpas, obviamente, sirven para atenuar el daño producido por la ofensa, no para borrar la existencia del comentario mismo y de lo que deja ver claramente: los intereses de Estados Unidos no pasan por la defensa de los intereses de la Unión Europea.

Así pues, la Unión Europea se enfrenta a un dilema de difícil solución: ¿soberanía o sumisión a Estados Unidos? El dilema se presenta en toda su crudeza con la intolerable agresión de Rusia a Ucrania, porque pone en evidencia la necesidad de contar con las políticas claras imprescindibles para enfrentar esa agresión. Una agresión y un conflicto que, no hay que olvidarlo, se producen en las fronteras mismas de Europa. No en las fronteras de Estados Unidos.

Si la Unión Europea ha podido mantener y acrecentar en las últimas décadas su papel relevante en el mundo ha sido básicamente debido a dos factores: su prestigio político y económico y el hecho de no representar una amenaza militar para ninguna de las grandes potencias. Cuanto mayor sea la amenaza militar en que se convierta (incluyendo a ojos de Estados Unidos), menor será la posibilidad de mantener su actual estatus, y mucho menos aún de ampliarlo.

En el dilema entre soberanía o sumisión, hay señales que apuntan a que los dirigentes de la Unión Europea son conscientes de la necesidad de aumentar el peso de la soberanía, aunque sin atreverse a ampliarla hasta cotas que Estados Unidos considere inaceptables. El problema es que, bajo el mandato de Josep Borrell como Alto Representante para la Cooperación y la Seguridad de la UE (para entendernos, una especie de ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa, todo junto), la forma en que parece querer abordarse el dilema es siguiendo dos líneas estratégicas: enviar a Putin el mensaje más claro posible de que la Unión Europea no sólo acepta el reto de la guerra, sino que se enfrenta a él con decisión; e incrementar, en apoyo a lo anterior, los presupuestos para armamento de todos los países miembros.

Y recogiendo ambas líneas estratégicas, un mensaje de Borrell que todos los medios están recogiendo como si se tratase de las famosas palabras de Churchill a la población de Gran Bretaña al declarar la guerra a la Alemania de Hitler: «sólo puedo ofreceros, sangre, sudor y lágrimas». En su versión contemporánea y en boca de Borrell, esta frase épica se convierte en más cotidiana: «no gastéis tanto gas». Es la manera menos dramática posible de decir a toda la población de la Unión Europea que estamos en guerra aunque no la hayamos declarado.

Cuando se escoge el camino de la guerra, otros caminos quedan quizás no cerrados del todo, pero sí muy obstruidos. Y para la Unión Europea la aceptación del marco bélico y del consiguiente aumento de la escalada armamentística, es el peor de los escenarios posibles.

Porque la Unión Europea no tiene nada que hacer en ese terreno, si lo que busca es alcanzar su soberanía real. Nada tiene que hacer frente a la maquinaria bélica estadounidense, tecnológica y cuantitativamente a años luz de lo que la UE podría conseguir en 20 años; ni puede enfrentarse a la potencia numérica del ejército ruso. Y ya puestos, tampoco tendría nada que hacer frente a una hipotética entrada en el conflicto de China, con unas fuerzas armadas tecnológica y numéricamente capaces de enfrentar a las otras dos superpotencias.

En el terreno del armamentismo y la escalada bélica, la Unión Europea nunca podrá encontrar un camino hacia su soberanía. Sólo puede aspirar a reacomodar su posición respecto a Estados Unidos, convirtiéndose, por así decirlo, en un aspirante a mayordomo en lugar de quedarse como simple lacayo. Puede aspirar a eso y, en el presente conflicto entre Rusia y Ucrania, también a convertirse una vez más en el territorio donde se libra una Tercera Guerra Mundial y, con ello, a la destrucción definitiva de la propia Europa.