La comunicación de noticias y, en especial aquellas que anticipamos van a despertar emociones desagradables en terceras personas, nunca ha sido fácil. Cuando se trata de nuestro hijo o hija la tarea se complica todavía más y surgen dudas acerca de cómo abordar semejante situación.
Aproximadamente hasta los seis años la interpretación de los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor se produce de forma literal, apareciendo dificultades propias del momento evolutivo en la comprensión de conceptos abstractos como la muerte. Esto conllevaría la interpretación de ésta como un hecho reversible, en la que el/la menor espera y desea el regreso de la persona fallecida. Asimismo, encontramos la presencia de pensamiento mágico, entendido como la dificultad para diferenciar fantasía y realidad, lo que en conjunto nos podría impulsar de manera instintiva a la ocultación de acontecimientos dolorosos como mera herramienta de protección de nuestros pequeños. Es por ello que, a continuación encontraremos una serie de pautas que nos guiarán en la comunicación y gestión en momentos de alta carga emocional.
En primer lugar, es importante favorecer un espacio de expresión emocional que nos permita identificar y poner nombre a las emociones que estamos experimentando en ese momento, tanto las propias como las de nuestros/as hijos/as, para lo cual les brindaremos la ayuda necesaria y nos aseguraremos de que el proceso de comunicación de la noticia se lleve a cabo en un espacio tranquilo, de confianza para el menor y acompañado de un tono de voz sereno.
Otra pauta pasaría por evitar usar expresiones como, “irse al cielo”, “quedarse dormido” o
“irse de viaje” ya que pueden dar lugar a una interpretación errónea de la realidad, así como un refuerzo de la creencia de que el fallecimiento de una persona no es un hecho definitivo. En este sentido, comenzar explicando lo sucedido recurriendo a un lenguaje adaptado a la edad y nivel de comprensión del niño/a podría ser un buen punto de partida, contando con un discurso sincero y evitando detalles innecesarios por parte del interlocutor. De otra manera, el menor percibiría cambios en su entorno sin una explicación al respecto, favoreciendo de nuevo la interpretación subjetiva y mágica de la realidad ya mencionada.
Para ello, haremos referencia al concepto de muerte de manera clara, alejándonos de explicaciones abstractas y filosóficas, focalizándonos en el cese del funcionamiento de órganos vitales, por ejemplo, que nuestro corazón deja de latir y, por consiguiente, la persona fallece.
Tras la explicación, es frecuente que surjan dudas al respecto tanto en el momento del traslado de la noticia como posteriormente, por lo que fomentaremos una vez más un espacio de expresión emocional continuado mostrándonos accesibles ante las preguntas que nos puedan plantear. En relación a lo expuesto, es probable que aparezca temor con respecto a la pérdida de otros familiares o figuras de referencia, por lo que aclararemos la cotidianidad del fallecimiento a causa de la vejez, aunque de forma excepcional pueda deberse a otras causas como enfermedad, suicido o accidente. Como herramienta complementaria a la conversación con el menor podremos recurrir a cuentos infantiles adaptados que favorezcan la comprensión de lo ocurrido de manera didáctica.
Por otro lado, es recomendable anticipar al menor lo que sucederá tras el fallecimiento de nuestro ser querido, por un lado con respecto a éste último, como la celebración del funeral y por otro, con respecto a los cambios en su rutina, como la ausencia de sus padres durante algunas partes del día o quedarse a cargo de otro familiar. En relación a lo primero, recurrir a rituales de despedida —como ya sabemos—, favorece la elaboración del duelo, pero en el caso de la población infantojuvenil, darles la posibilidad de escoger además sus propios rituales puede ser de gran ayuda, como escribir una carta al difunto, hacer un dibujo, visitar un lugar en común o plantar un árbol en su honor; estas serían algunas ideas que favorecerían la despedida del ser querido desde un plano afectivo-emocional.
No obstante, y a pesar de encontrar algunos elementos en común, la reacción de cada persona ante la vivencia de un suceso traumático es única, por lo que es recomendable que el adulto de referencia pueda supervisar el proceso de adaptación del menor ante la nueva situación acontecida y, en caso de duda, pueda consultar a un profesional especializado. En este sentido, algunos signos de alarma pueden ser conductas de aislamiento y/o regresión, alteraciones en el sueño, rabietas frecuentes, descenso significativo en el rendimiento académico o apatía generalizada.
Finalmente y, a modo de reflexión, quizás el objetivo ante la presencia inesperada de una situación dolorosa no es evitar que el/la menor experimente emociones desagradables puesto que muy a nuestro pesar, van a estar expuestos a ellas en diferentes situaciones de la vida diaria, sino dotarles de confianza y herramientas que les permitan gestionarlas de manera adaptativa.