Madrugón en aquella mañana de gira en México.
Nos esperaba un largo camino en furgoneta. Sin embargo, mi tentación, mi deuda pendiente acechaba a 150 kilómetros al oeste de nuestra ruta, en un pueblo llamado El Parral… Allí se encuentra el cementerio donde reposa Pancho Villa.
Así que, no me lo pensé dos veces y le pregunté a Óscar, el productor de los conciertos, si me quería acompañar en mi pequeño desvío hasta el Hidalgo del Parral «Chihuahua», y visitar juntos la tumba del general. Me dijo «un honor, geleeepollas». Así me llamaba Óscar. Le resultaba graciosa la palabra gilipollas y la pronunciaba a su estilo.
De camino al Parral, la cerveza empezaba a hacer su efecto y, en mitad del desierto, tuvimos que parar en la cuneta. Ya no aguantaba más. Y allí estaba yo, echando mi agüita amarilla en las doradas arenas del desierto, ensimismado y la mar de relajado cuando… A ras de las pequeñas dunas vi cómo algo se me acercaba, a gran velocidad, serpenteante y con su propio susurro ssssss… ¡¡¡Cojones, era una jodida víbora!!! «¡Geleeepollas, salte ahorita mismo a la van!», me gritó Óscar desde el interior de la furgoneta. ¡Qué vote pegué! En dos segundos estaba sentado al lado de mi amigo, con la puerta cerrada y con el cinturón de seguridad abrochado. Jajaja…
Llegamos al cementerio del Hidalgo del Parral. Me encontré frente a un portón de metal oxidado, muy oxidado. Me costó abrirlo y allí me quedé mirando a la nada, esperando algo que sabía que tenía que pasar… No era, para nada, el primer viaje que hacía a México y siempre me decía a mí mismo: «Tienes que ir, Emilio. Tienes que ir al Hidalgo del Parral». Y allí estaba ahora…, esperando…, y pasó. Escuché una voz vieja, una voz currada, la voz de la experiencia de la vida. Me giré y ví por primera vez a Patricio Corral, el camposantero. «Horaleee, gringos…» Sonreí. «Buenos días, maestro, yo no soy gringo». Le extendí la mano y le dije : «soy un amigo del otro lado del charco». Me cogió la mano, apretó y susurró…: «Guey, un hermano revolucionario, entonces…»
Sin más, nos dijo que sabía para qué veníamos. «Vienen a ver la tumba del general…» «Sí, Don Patricio, a eso vengo. No sé por qué, pero llevo años queriendo venir. Algo dentro de mí me ha empujado hasta este momento.» Fijó sus ojos en mí, me miró de arriba a abajo, cerró el puño y me dio un pequeño golpe en el pecho diciéndome: «No mames, guey, el General te quiere conocer». Hostia puta, se me hizo un nudo en la garganta…
Comenzamos a caminar y, poco a poco, esa fuente de sabiduría en vida comenzó a relatarnos cómo siempre estuvo al lado de Pancho Villa y que juró, una vez asesinado el General, guardar hasta su propia muerte el camposanto y la tumba del luchador revolucionario… Yo flipaba en colores. Nos contó innumerables anécdotas de su vida, de los comienzos del general…, de la guerra de guerrillas.., ¡de todo! Y así, escuchándole y mirándole embobado, llegó el momento en el que Don Patricio dijo: «Mi General, le presento a un pendejo venido de lejos», mientras señalaba hacia su derecha…, hacia la tumba de Pancho Villa… Al escuchar las palabras de Don Patricio y ver por primera vez la tumba del General me quedé, mejor dicho, nos quedamos todos unos minutos en completo silencio. Yo sólo sentía paz…y vacío. Vacío y paz. Únicamente se escuchaban los brindis, sí, sí, los brindis de un entierro cercano.
Después de charlar y charlar…, y de saborear y respetar más y más cada palabra y movimiento de Don Patricio, decidimos partir, pues la primera prueba de sonido nos esperaba. Pero antes, Don Patricio me entregó un folio con una poesía escrita por él y que a cambio sólo pedía la voluntad de unos pesos, que a mí no me quiso aceptar. Rechazó mi dinero, le insistí y se ofendió de tal forma que su respuesta fue darme otro poema diciendo: » Y éste para la persona que más quieras».
Va por usted, Don Patricio. Sus noventa y pico años cuando le conocí evidencian que, a día de hoy, estará cabalgando por el desierto entre cactus de tekila y dunas de libertad junto a su querido General…
Hay una tumba olvidada
Que ustedes recordarán
Que era un hombre muy valiente
Que mataron en Parral.
Yo soy el Camposantero
Y me da tristeza ver
Aquella tumba olvidada
Ya nadie la viene a ver.
Yo soy Patricio Corral
Mi nombre es muy conocido
Aunque se burlen de mí
Pero esta tumba yo cuido.
Dicen que ya lo sacaron
Yo les digo que no es cierto
Si en vida lo respetaron.
Hoy que respeten sus restos.
Pancho Villa se llamaba
El valiente guerrillero
Él no robaba a los pobres
Antes les daba dinero.
Era amigo del amigo
El valiente general
Con su pistola en la mano
Lo tenían que respetar.
Ahora se encuentra en la tumba
El valiente general
Nadie le lleva ningún ramo
No más Patricio Corral
Él conocía a su esposa
La esposa del general
Era su tía favorita
Que era María de la Luz Corral.
Ella guardaba sus armas
Del valiente general
Y nunca se imaginaba
Que muriera en el Parral.
Él siempre se lo decía
Que era su pueblo adorado
Que él siempre ahí vivía
Con todos sus dorados.
Pancho Villa malherido
Casi para agonizar
El gusto que a mí me queda
Que me matan en Parral.
Ya con ésta me despido
Del valiente general
Soy un hombre conocido
Del panteón municipal
Mi nombre ya se los digo
Yo soy Patricio Corral.