David Resino Santos y Lidia Rodríguez Correa, residentes en Rivas desde hace décadas, son viajeros y fotógrafos por vocación. El pasado 8 de septiembre, tras escuchar las primeras noticias del terrible terremoto que asoló buena parte de Marruecos, decidieron ir a esa zona para plasmar en imágenes la realidad a la que el pueblo marroquí tenía que enfrentarse.

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Todas las fotos: David Resino Santos

Ambos tienen un mismo concepto de lo que es relatar en fotografías las realidades con las que se van encontrando: primero, aprender de las personas con las que se encuentran y fotografían, empatizar con ellas, ayudarles si es preciso. Después, plasmar en imágenes sus caras y sus manos. Eso hicieron en Marruecos, visitando varias localidades arrasadas por el terremoto. Viendo el grado de destrucción causado, no pudieron por menos que anteponer la ayuda y la hermandad a su trabajo de fotógrafos. La población reconoció su actitud, les invitó a comer y a descansar en las tiendas que la ayuda internacional les había suministrado para paliar la destrucción de sus casas. Ahora cuentan su experiencia y la necesidad de no olvidar el sufrimiento de un pueblo, tan sólo un mes después de que éste comenzase.

David Resino Santos y Lidia Rodríguez Correa, español uno y chilena la otra, residen en Rivas desde hace décadas. Fueron pareja hace tiempo, pero su separación en la vida cotidiana no les llevó a una separación en la forma de sentir su trabajo de fotógrafos, una pasión que mueve a ambos.

David Resino y Lidia Rodríguez

De fotógrafos y de viajeros, porque juntos han visitado multitud de países narrando en fotos la realidad que percibían. Y como vehículo de esa realidad, las caras y las manos de quienes habitan en esos lugares. Nepal, Thailandia o Marruecos son sólo algunos de los muchos sitios que han visitado. Cuando tuvieron noticia, el mismo 9 de septiembre, del intenso terremoto (de grado 7) que había asolado esa misma noche buena parte de la zona central del país, tuvieron un mismo impulso: se pusieron en contacto y se decidieron a viajar allí.

Lo que encontraron fue siendo cada vez peor a medida que pasaban de la zona, afectada, pero relativamente poco, de Marrakech, a otras poblaciones del interior. La destrucción, la ruptura de las vidas que sus habitantes habían conocido, era peor a cada kilómetro que recorrían en dirección al epicentro del seísmo.

Llegados a éste, era lo que vieron peor que nada. Una cosa es encontrarte un desierto «natural» y otra, muy distinta, ver los restos, las pruebas evidentes de que en un lugar ha existido algo, un pueblo, unas calles, una sociedad, que ya no existen. Los cascotes del adobe con el que se construyeron esas casas y que cobijaron esas vidas, está todo por el suelo. Ambas cosas se han caído: las casas y la vida.

Y, sin embargo, cuentan David y Lidia en la entrevista que Rivas Actual les ha hecho, quedaba en pie, en cada lugar y a cada hora del día, la actitud de los habitantes de estos pueblos. Como hiciera un hombre de avanzada edad mostrando a la cámara sus manos, les quedaba la voluntad de rehacer esa vida y, sea donde sea y como sea, también esas casas.

Ambos viajeros relatan una experiencia que les ha dejado una huella muy profunda. Tanto, que les resulta tremendamente extraño comprobar, tan sólo un mes después del terremoto, cómo la situación creada por éste ha sido olvidada. Ya no es noticia en ningún medio informativo. Ya nadie se quiere acordar de ello.

Quieren ahora plasmar todo lo que vieron y fotografiaron en una exposición que preparan y que seleccionará varias decenas de fotos de las casi dos mil que hicieron. Una exposición que sirva para recordar y para conseguir que la gente no olvide la necesidad de solidarizarse con quienes han sufrido y sufren la pobreza y la desgracia de un desastre natural.