Ha pasado un año más y, como cada 25 de Noviembre, reclamamos paz para las mujeres,
reclamamos el fin de la violencia hacia nosotras, reclamamos el fin de la violencia física pero, también, de las violencias silenciosas que nos acechan cada día, sin distinción de clase o color de piel.
Hoy se registran en España 80 asesinatos machistas. A lo largo de muchos años de lucha, las mujeres hemos logrado deslegitimar la violencia (hasta hace muy poco justificada socialmente y en todos nuestros hogares) y actuar sobre ella, pero aún estamos lejos de deslegitimar el Patriarcado como estructura de poder, como estructura de dominación que atraviesa toda las relaciones humanas, entendiendo Poder como elemento que envuelve toda estructura social donde se genera una dominación y/o un sometimiento.
El Patriarcado cuenta con numerosas herramientas para seguir ejerciendo dominación contra la mujer y encuentra aliados allá donde los necesita: una estructura política y social, un sistema económico que convierte deseos en derechos y orquesta toda una maquinaria para que, con dinero, puedas creer que puedes ser y querer todo lo que te propongas, sin mirar atrás, aunque para lograr ese propósito haya que ejercer continuamente violencia contra las mujeres.
Para entender esta idea, hay que partir de la existencia de distintos tipos de violencia contra las mujeres. La violencia física quizás sea la más impactante, la que toda la ciudadanía rechaza en bloque, pero existen muchos tipos de violencia que conforman nuestro día a día y que “pasan desapercibidas”: la violencia jurídica, la violencia obstétrica, la violencia económica, o la violencia simbólica, entre otras, y todas ellas tienen en común que se ejercen sobre las mujeres por el hecho de nacer mujer.
En este breve texto queremos fijar el foco en un tipo de violencia poco citado tradicionalmente pero que, dada su importancia, conviene retratar y definir, que es la violencia simbólica, esa violencia que no se ve, que no se percibe a primera vista, pero que está latente en nuestra sociedad. La violencia simbólica se compone de códigos, palabras, situaciones que enmascaran otras y que solo desde el feminismo se pueden apreciar. Es la violencia ejercida en el camino del desconocimiento, en palabras de P. Bourdieu.
Es una violencia sutil, que sostiene todo el sistema jerárquico en el que nos movemos. Lo simbólico está conformado por todo lo que nos constituye como seres vivientes y es perpetuado por las instituciones al servicio del patriarcado: familia, escuela o Estado son de los más relevantes. Violencia simbólica son esos chistes machistas, es ese “control” disfrazado de amor, es la publicidad sexista, son las dobles jornadas, es ese “mujer tenía que ser” y ahora es la invisibilización de las mujeres. Nos encontramos en un momento histórico en el que el término mujer queda desdibujado de todas las esferas de la vida pública, tanto que ya no existen ni ministerios, ni concejalías, no hay espacio para un Nosotras. Nombrarse mujer se ha vuelto una ofensa, volvemos a ser lo otro, lo que no es hombre, lo que no es varón.
Este método sutil, que se esconde tras la diversidad, tras un “todes”, tras un “todos somos mujeres, nadie es mujer”, tras “seres gestantes”, es, también, violencia simbólica, puesto que se ejerce de forma tenue, perspicaz, juega al despiste y utiliza la “culpa” el “dolor de otros”. Este conglomerado de acciones pretende que la violencia no se nombre y mucho menos a la víctima de esa violencia.
Pretenden que nacer mujer ya no sea sinónimo de opresión, si acaso un privilegio, se atreven a decir. En el mejor de los casos, sencillamente no será.
El Patriarcado nombra, pacta, da significados y otorga realidades, como expone Cristina Molina (2003). Estas realidades conforman nuestro día a día. Una reflexión: si se nos deja de nombrar, la realidad para la mujer será su falta de existencia. Y nos preguntamos ¿Si no existe la razón de nuestra opresión, ya no seremos sujetos violentados? ¿Se acaba aquí nuestra lucha por un mundo más igualitario y sin violencia? ¿Es esta la lucha que necesitábamos las mujeres para conseguir nuestra liberación y nuestro espacio en un mundo creado a imagen y semejanza de los varones?
Para muestra: En Afganistán está prohibido nombrar a las mujeres, ni siquiera darles un nombre propio y, sin embargo, es el paradigma del Patriarcado duro.
No dejaremos que borren nuestra existencia. Lo que no se nombra, no existe. Y las mujeres llevamos demasiado tiempo en la sombra como para que ahora permitamos que nos conduzcan de nuevo a ese lugar.
Aquí estamos las feministas para atrevernos a nombrar lo que hacen los varones, en palabras de la maestra Amelia Varcárcel, “atrévete a decir lo que ellos se atreven a hacer” y esto es: Seguir perpetuando un sistema de opresión sobre nosotras LAS MUJERES.